Opinión

Ayer y hoy de las condenas

La sobreactuación desarrollada estos días por los integrantes de la conjunción de izquierdas, en el marco de la campaña electoral de la Asamblea de Madrid, a cuento de las cartas de amenaza a Pablo Iglesias, al ministro Marlasca y a la directora de la Guardia Civil, me trae a la memoria lo ocurrido hace algunos años, concretamente el tres de octubre de 2007, con la entonces ministra de Administraciones Públicas, Elena Salgado, vicepresidenta del Gobierno después con Rodríguez Zapatero —hoy merced a la puerta giratoria del PSOE consejera de Saba y antes, tres meses después de su cese, sorteando la prohibición legal, de la filial de Endesa Chilectra hasta 2015— con ocasión de su comparecencia ante la Comisión correspondiente del congreso para informar sobre los estatutos de segunda generación.

La señora Salgado había hecho unas declaraciones con ocasión de las amenazas de muerte de que había sido objeto, por parte de radicales, el portavoz del PP en el Ayuntamiento de Barcelona, Alberto Fernández, en las que dijo que «el Partido Popular tiene que aprender convivencia» achacándole así la responsabilidad de lo acaecido, al tiempo que, como parece que debe figurar en el pésimo libro de estilo que maneja la izquierda sin fatigarse nunca, con la brocha gorda del todo vale cuando conviene, acusaba al PP de "utilizar"» los símbolos nacionales. Intervine yo en nombre del grupo parlamentario, como portavoz en ese área en la VIII Legislatura, dada la repercusión que había tenido el hecho, y le demandé que matizara sus palabras y retirara el juicio que había hecho. No se avino a ello, por lo que junto a los diputados del Partido Popular abandoné la sesión, haciéndole patente que ese día, a la vista de su actitud, no íbamos a seguir participando en ella.

Reaccionó afirmando, cuando yo dejaba la sala, que no le habría dicho eso si no fuera una mujer, lo que es llano que nada tenía que ver. Eso pensé entonces y así lo sigo considerando ahora. Claro que recurrir a esa descalificación debe ser una de las torpes recetas argumentales, cuando no se tiene otra, que ha utilizado también la ministra y candidata señora Maroto esta semana, al hablar sobre la amenaza truculenta del cuchillo pintado con manchas rojas que le había enviado un trastornado, remejiendo ese hecho lamentable con el maltrato a la mujer, al comentar lo dicho por la candidata del PP señora Ayuso anunciando que no iba a denunciar la que a ella le habían enviado, quitándole importancia.

Pablo Iglesias, al exigir la condena de las aludidas amenazas a la candidata de Vox Rocío Monasterio, en los términos en que lo hizo al comienzo del debate que tuvo lugar en los estudios de la SER en Madrid, según la doctrina asumida por las políticas de la izquierda, tuvo un comportamiento machista, salvo que para las mujeres ‘reaccionarias’ no sea de aplicación el virtuoso prontuario.

Ha sido patente que lo que se deseaba era crispar. Creen, y se equivocan, que la crispación tiene rédito político. Ya lo dijo Rodríguez Zapatero en los comicios del 2008 comentando al radiofonista Gabilondo, hermano del candidato madrileño, aquello de que "nos conviene que haya tensión".

En todo caso, la anécdota que les relato, vivida por mí en primera persona, pone de manifiesto que esas gravedades apreciadas en las amenazas aludidas, ese peligro para la democracia que se dice entrañan, todas esas alharacas vertidas como excusa para turbar la campaña madrileña parece que obedecen a una estrategia electoral.

Falta por saber el fundamento o la información que permita relacionar a las fuerzas políticas del espectro conservador con la emisión de las amenazas, aunque parezca a la vista de todo lo que se ha dicho sin mesura, que existiera alguna conexión.

Para agitar el comodín de la acusación de "fascistas" a los adversarios, la verdad es que no parece que fuera necesario. Total se ha abusado tanto en su uso, que es un término que hoy ya no dice nada; bueno, para los que lo achacan es un improperio.

Mejor harían meditando acerca de la fábula de lo que es el agua, que contó el escritor norteamericano David Foster Wallace en una conferencia a la que se refirió don Ángel Gabilondo el otro día, para llegar mejor a la verdad.

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