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Los pecados de Ángel Ron

HA CAÍDO Ángel Ron, el galo de las finanzas españolas. Un compostelano tranquilo que cometió el mayor de los pecados al querer preservar la independencia de un banco, manteniendo a toda costa la esencia, heredada de quienes le traspasaron los poderes en 2004, los hermanos Valls Taberner. El Banco Popular fue paradigma de resistencia en años duros para la banca y siempre, fiel a un modelo que no se separó ni un milímetro del negocio comercial, se puso de perfil cuando tocaron las grandes fusiones de los noventa. Tampoco se dejó seducir por los cantos de sinera de las aventuras de las participaciones industriales. Tenía un patrón propio.

Resulta toda una lección histórica recordar ahora al Banco Popular como uno de los más eficientes del mundo, porque lo fue, de la mano de los Valls Taberner, con ratios de solvencia que, pese al tamaño de sus activos, lo inmunizaron ante cualquier embestida hostil por parte de los grandes de las finanzas: Botín, Escámez, Conde, Amusátegui, Luzón... Los Valls Taberner siempre al margen. Ron mantuvo la esencia heredada, el ADN del Popular, y tampoco quiso saber nada de ayudas estatales cuando afrontó procesos de integración que se pusieron muy cuesta arriba, caso de la absorción del Pastor, o cuando todo el sector, en plena crisis inmobiliaria, aprovechó la creación del banco malo por parte del Estado para traspasar sus activos tóxicos procedentes del ladrillo. Miles de millones de euros que acabaron saneados a costa de las arcas públicas y de las ayudas europeas, pero que no parecían ir con el Popular. Ron apostó por su propio banco malo, tarde y a rastras, forzado por las circunstancias, con medio consejo en contra, y deja la presidencia con ese volcán en erupción: el banco acumula 33.000 millones en activos dañados sobre un balance total de 150.000 millones.


El banco fundado por Barrié de la Maza aportó 4.124 empleados a aquella fusión. Casi el mismo número de trabajadores de los que ahora prescinde el Popular con su nuevo Ere


El galo de las finanzas dejó de ser irreductible. Dentro y fuera del banco. Ron había llegado tarde al boom inmobilario, cuando el crédito de las cajas de ahorro crecía al 30%, y el del Popular lo hacía a la mitad. Entonces, se persignó y aceleró. Fue cuando decidió absorber a un banco amigo, el Pastor, que también había corrido a rebufo de las cajas. Reforzaba así su posición como quinta entidad financiera de España, solo por detrás de Santander, BBVA, Caixabank y Bankia, pero a un precio demasiado alto. Llegaron entoces las dotaciones y provisones extras por los créditos fallidos. Y las ampliaciones de capital: pidió al mercado lo que no quiso del Estado. En total, tres en cuatro años: más de 5.000 millones.

Las sucesivas ampliaciones de capital sirvieron para dar entrada a nuevos accionistas, como los mexicanos de Del Valle, octava fortuna azteca, que al final se han hartado, al ver cómo la cotización del banco, en medio de maniobras orquestales en la oscuridad, se ha desvanecido. Y con ella su inversión. Como también la participación de la Fundación Barrié de la Maza. Este accionista, que en su día controlaba el 42,2% del Banco Pastor, llegó a tener un 7,8% de la entidad resultante de la fusión, del nuevo Popular, con José María Arias como vicepresidente. Eso fue en 2012. Hoy, tras las ampliaciones, esa participación está en el 1,5%. La Fundación Barrié ingresa más por los alquileres de las sedes de oficinas gallegas al Popular que por los dividendos que recibe cada año del banco. Todo un síntoma.

Y en estas alguien mandó parar. Arias, descontento, se alineó con los mexicanos, enfurecidos, que nuclearon un grupo accionarial que ya hace semanas logró desbancar por la mínima, con algo más del 10% del capital, a la singular e histórica sindicatura de accionistas del Popular, que sostenía a Ron. El resto se precipitó esta misma semana.

Solo o en compañía de otros. Ese es el futuro que le aguarda al Popular. De entrada, el nombramiento de Emilio Saracho como presidente, hasta ahora nada menos que vicepresidente mundial de J.P. Morgan, ex del Santander de los Botín y consejo de Inditex desde 2010, apunta en una dirección:un intento por apuntalar la independencia de la entidad. Saracho es uno nombre propio en la banca internacional, y no parece a estas alturas que esté por la labor de ser segundo de nadie. Pero esa historia queda por escribir. Como también lo está el durísimo saneamiento que afronta la entidad, segunda en el mercado gallego, solo por detrás de Abanca, tras la absorción del Pastor.

Galicia pierde a un banquero, pero quizá gane lo que queda en pie de un banco, que un día fueron tres: Popular, su filial Banco de Galicia y Pastor. El banco fundado por Barrié de la Maza aportó 4.124 empleados a aquella fusión. Casi el mismo número de trabajadores de los que ahora prescinde el Popular con su nuevo Ere. Fin de etapa.

UNAS CUENTAS PARA CREER EN LA RECUPERACIÓN. Algo más que simple continuismo. Si algo caracteriza los presupuestos de la Xunta para 2017, más allá de los corsés obligados por la limitación de déficit, sin duda es una moderada expansión que no tendría sentido si no fuera por la recuperación económica que afronta Galicia. El análisis de urgencia, a falta de conocer las partidas por consellerías y departamentos, se detiene por obligación en los gastos no financieros, que superan los 9.000 millones, con un alza del 2,7%, unos 240 millones más. Galicia agotará así el techo de gasto avanzado, que sumará una mayor disponibilidad presupuestaria por la disminución de la carga de la deuda (36 millones menos). Los gastos financieros caerán así más de un 13%.

Serán unos presupuestos para cumplir, no solo con una recuperación que está ahí, y que el año que viene mostrará algún síntoma de agotamiento, al estimar las cuentas un alza del PIB del 2,4%, frente al 3,1% de este año. La Xunta cumplirá también con los funcionarios, que verán completadas sus extras pendientes a niveles de 2013. Es más, las cuentas estiman un incremento salarial general del 1%, pendiente de lo que diga Madrid, pero que ya representa todo un síntoma de que algo está cambiando.

Los gastos de personal se seguirán llevando la mitad del gasto corriente de la Administración gallega, dejando para inversiones reales 805 millones, un 3,6% más. Y será esa la piedra angular de la actuación de la Xunta en determinados ámbitos, como el rural, la innovación, la revitalización demográfica, el empleo y el apoyo empresarial. No son unos presupuestos para soñar, pero sí para creer en la recuperación.

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