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La hora de José Luis Méndez

Comienza el calvario judicial del exdirector general de Caixa Galicia, que hundió la entidad

José Luis Méndez. AGN
photo_camera José Luis Méndez. AGN

CARISMÁTICO. ASÍ definía públicamente José Luis (Lis) Méndez Pascual a su padre. Incluso después de la quiebra de las cajas y de abandonar su puesto como primer ejecutivo de la corporación industrial de Caixa Galicia, cargo al que accedió sin otro mérito aparente que la consanguinidad. Corría el invierno de 2011, Caixa Galicia y Caixanova ya habían parido Novacaixagalicia, en ese momento nacionalizada, y ese magnetismo personal de José Luis Méndez López solo parecía verlo con nitidez y sin sombras su hijo Lis, que no llegaba entonces a los cuarenta años.

José Luis Méndez había saltado (o mejor dicho, lo empujaron) de ese tren en marcha a punto de descarrilar que era Caixa Galicia antes de su fusión con Caixanova. Se fue con la vida resuelta para varias generaciones de la familia, un pico de 17 millones de euros entre indemnización y fondo de pensiones, pero dejó tras de sí una huella de descrédito, el peor de los legados para un banquero, en su día el líder de la sexta caja de ahorro de España. Méndez vive hoy un retiro nada apacible, lejos de los focos pero, a sus 72 años cumplidos, sumido en un evidente deterioro físico que le puede incluso ahorrar su última batalla.

El titular recurrente alude al banquero que se fue de rositas mientras sus colegas de Caixanova enfilaban la Audiencia Nacional por el escándalo de las indemnizaciones millonarias. Hasta hoy. La imputación de Méndez por operaciones urbanísticas en Almería llevadas a cabo por Caixa Galicia, con sobrevaloraciones de terrenos para lograr avales y a su vez conceder financiación extra a unos promotores prácticamente desconocidos, supone el inicio de todo un calvario judicial que promete varias entregas. Méndez no está solo. Según fuentes cercanas a la entidad, su hijo Lis también estaría imputado, al igual que otros exdirectivos de la caja con responsabilidades en esos créditos a la promotora Cueva Mar, de Almería.

La docena larga de operaciones irregulares en las cajas gallegas denunciada ante la Fiscalía Anticorrupción por el FROB, el organismo público encargado de su gestión una vez nacionalizadas, sigue un mismo patrón, como el caso del delincuente que cree haber dado con la aguja de marear y mantiene el mismo ‘modus operandi’ en todas sus fechorías. La alegría de los años previos a la crisis, en pleno boom inmobiliario, hizo que Caixa Galicia, primero, y Caixanova, después, se lanzasen a la financiación del ladrillo como vía de crecimiento. El teatro de operaciones eran la costa levantina y sur. Cuando comenzaron los problemas y los impagos de esos créditos, a las entidades no les quedó otra que proceder a refinanciaciones y más refinanciaciones, con el objetivo de mantener los saldos de los créditos vivos, y librarse así de provisionar esos quebrantos, lo que deterioraría más su cuenta de resultados. No en todos los casos lo lograron, y fueron arrastradas por multimillonarios concursos de acreedores. Vendrían después mayores exigencias legales de provisiones por parte del Banco de España. Y más problemas. El bucle de las refinanciaciones, una auténtica huida hacia adelante, acabó en estrangulamiento.

No sería de justicia acercarse a la figura de José Luis Méndez sin reparar en las dos vidas que tuvo Caixa Galicia. Porque un día, allá por los noventa, fue sinónimo de éxito. La culminación de un proceso de fusiones que impulsó un joven ejecutivo procedente de la Caja de Ahorros de Ferrol, fogueado antes en el Banco del Noroeste. Si Caixa Galicia fue pionera de las fusiones en la década de los ochenta, no lo sería menos en la conformación de acuerdos estratégicos para crecer en plenos noventa, con implantación en la práctica todalidad de las comunidades autónomas. Méndez había logrado el objetivo, codearse con los Fainé, Fornesa, Tercerio, Botín, Sánchez Asiaín y Valls Taberner.

Méndez supo aprovechar como nadie lo mejor de los bancos al abrigo de la relativa opacidad que le permitía la gestión de una caja, sin más dueño que él mismo, en calidad de director general, y jugando siempre con el comodín de los impositores, toda una bandera en la que envolverse para poner y quitar consejeros y presidentes en Caixa Galicia. Hasta que un buen día decidió elevarse dos palmos sobre el suelo, y levitar. Le bastaba con que le dieran siempre la razón, aunque no la tuviera. La suya también es una historia de desencuentros con su equipo más cercano, con incontables deserciones de pesos pesados. Y de zonas de penumbra nunca del todo bien aclaradas. Méndez, quien sabe si del todo consciente de lo que se le viene encima en la Audiencia Nacional, encarna hoy la figura del banquero apóstata, a quien todos repudian.

Galicia y la anatomía de una crisis bancaria
Los sillones del Congreso de los Diputados han servido esta semana de incómodo diván sobre el que los grandes actores económicos de los últimos años han ofrecido su relato, que no análisis convincente, sobre los años de crisis, sobre todo en nuestras finanzas. Rato, Solbes, Elena Salgado, responsables de la CNMV en distintas etapas, del Banco de España... "Las soluciones del pasado no eran la solución", resumió Pedro Solbes en un acto de contrición que, diez años después, todavía es de agradecer. La del exvicepresidente de Rodríguez Zapatero fue quizá la excepción a esa táctica de ponerse de perfil ante la adversidad (antes) o la crítica (ahora) y, como mucho, tapar con los errores ajenos la falta de acierto propio.

Y en esa anatomía de la crisis financiera que se dibujó en la comisión del Congreso, a lo lejos, resplandece entre sombras Galicia. Lo dijo también Solbes. La idea era buena; la ejecución, un desastre. Se refería a las participaciones preferentes, un fraude en el que el sistema financiero gallego tuvo especial protagonismo. Del sujeto de la acción, las cajas, se encargó la sustituta de Solbes, la ourensana de nacimiento Elena Salgado. El "enfoque gradual" adoptado por el Gobierno socialista para limpiar los balances de las cajas de ahorro al que aludió la exministra de Economía se antoja a estas alturas una explicación trivial, que en nada contribuyó a atajar la crisis bancaria, visto el resultado final.

De supervisión también se habló en la comisión, y de las tristes disputas en un mar de competencias mal repartidas entre el Banco de España y la Comisión Nacional del Mercado de Valores. Que esa es otra.

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