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Galicia y la crisis silenciosa

PENALIZACIÓN fiscal progresiva a la no procreación por debajo de los dos hijos para aquellas personas que, aptas física y económicamente, por tanto, pudiendo hacerlo, no contribuyan porque no quieran a la creación de los sostenedores futuros de un Estado asistencial del que se van a beneficiar igualmente cuando cesen su vida activa. En síntesis, un castigo en toda regla para aquellos que puedan y no quieran tener hijos. Lo propone nada menos que Justo Beramendi, uno de los historiadores de referencia en Galicia, que, aunque sin ser su especialidad, aporta una contribución quizás extrema para resolver un problema mucho más que urgente: la crisis demográfica.

Guste o no la propuesta del presidente del patronato del Museo do Pobo Galego, lo cierto es que la idea deja muy clara la dimensión y gravedad del problema y, a la vez, agita un debate que está plagado de iniciativas hasta cierto punto recurrentes. Beramendi va más alla, por ejemplo, en la lado de la conciliación y propone que se disuada por norma a las empresas de cualquier práctica discriminatoria contra las mujeres en razón de su maternidad real y, lo que es más importante, potencial.

Las iniciativas para luchar contra la pérdida de población en Galicia se suceden en las últimas semanas, desde que Núñez Feijóo remodeló su equipo, creando una Consellería de Política Social, que contará con una Dirección Xeral de Familia, Infancia e Dinamización Demográfica, y anunciando un cheque bebé de cien euros al mes a partir de enero. El debate, por tanto, vuelve, aunque lo hace con medidas cortoplacistas, quizá el camino menos efectivo para luchar contra la pérdida de población. El propio Rey Varela admite que no está claro que el cheque bebé se vaya a prolongar en el tiempo más allá de 2016, lo que deja claro también su recorrido cierto.

El nuevo conselleiro del ramo gobernó una ciudad, Ferrol, que ha perdido casi un 30% de su población en las últimas décadas (pasó de 100.000 habitantes a luchar por no descender de los 70.000). Algo de esto sabrá Rey Varela, por haberlo padecido, aunque a buen seguro no haya tenido mucho que ver con su nombramiento. Otras medidas impulsadas por la Xunta arropan al cheque bebé en los presupuestos del próximo año, como es la fiscalidad cero para el rural. La pregunta, llegados a este punto, reside en la capacidad de respuesta ante un reto mayúsculo.

El propio Núñez Feijóo se apunta a la hipérbole y promete hacer de Galicia «o lugar máis doado» para tener hijos. Casi tan solemne como Fraga, cuando arengó aquello de que «fan falta galegos». El camino es largo y los pasos demasiado cortos. ¿Es tan grave el problema? El mero repaso a las proyecciones del Instituto Galego de Estatística responde a la pregunta: de continuar operando factores similares,

Galicia perdería cerca de un millón de habitantes en las próximas cuatro décadas, volviendo nada menos que al inicio del siglo XIX en términos demográficos. En 2050 estaremos claramente por debajo de los dos millones de habitantes. Lo dice todo.

En Galicia, actualmente, nacen la mitad de niños (19.559 en 2014) que en 1980, y la estimación apunta a una pérdida anual superior a los 20.000 habitantes en toda la primera mitad del siglo actual. Con la crisis, a partir de 2008, se inauguró otra fase, más dramática en términos estrictamente demográficos: nueva caída de la fecundidad con expulsión de población vía migraciones.

Y eso que está demostrado que la población, en Galicia, solo crece cuando circunstancias externas impiden las salidas. Lo dicen autores como Xoaquín Fernández Leiceaga, del Foro Económico de Galicia. Resulta a estas alturas más que obvio que la elevación de la tasa de fecundidad depende de la realidad y de las expectativas del mercado laboral (tasa de empleo, estabilidad y flexibilidad). Este año, las muertes en Galicia duplican a los nacimientos.

Es imprescindible crecer y generar empleo estable para poder aportar un entorno favorable. Y no solo para tener hijos, sino para retener talento, dar la vuelta a las salidas de jóvenes universitarios, y volver a captar inmigración, «que é una variable de axuste moito máis rápida e flexible», recuerda Fernández Leiceaga. Por tanto, para tener más hijos, retener a nuestros jóvenes y hacer de Galicia un destino laboral atractivo para mano de obra de otras latitudes solo hace falta algo tan simple y difícil a la vez como hacer que nuestra economía crezca más, que es lo que genera empleo. Con permiso de Beramendi y sus propuestas, sobre esos tres ejes, a la vez, se podrá intentar invertir la tendencia. Lo demás, aunque ayude, es regate en corto.

Alvariño tira la toalla a tiempo en la patronal

LO hace en el tiempo de descuento, sin apoyos y ante la presión total de los barones provinciales, antes de verse obligado a salir con los pies por delante en una asamblea que estaba obligado a convocar antes de final de año y que iba a convertirse en un auténtico patíbulo. José Manuel Fernández Alvariño tira la toalla y convoca elecciones tras solo dos años de mandato. Lo hace en soledad, la que ha propiciado una gestión poco menos que negligente tanto de puertas adentro como para afuera. Nadie parece contar con que se presente a las elecciones que se ha visto obligado a convocar, aunque nada quieren aclarar desde su entorno.

Solo una «arroutada» de última hora, y de quien lo tiene todo perdido, puede hacer que finalmente opte por caer en las urnas, respetando los cauces democráticos, para cerrar con dignidad lo que ya no tiene remedio de una u otra forma. Para gobernar la patronal gallega hace falta territorio, como en política. Y Fernández Alvariño no lo tiene ya ni siquiera en Pontevedra. Es el final a su gestión, se le ocurra finalmente presentarse o no. Antonio Fontenla, el ex, instigador a la sombra al principo y ahora ya a plena luz del día con el apoyo de Lugo, va de plante en plante a las reuniones del comité ejecutivo de la CEG. El último, ayer mismo. Alvariño, el efímero, tras años y años intentando un asalto a la patronal que se consumó en 2013, se va como llegó, sin cuentas aprobadas ni presupuestos a la vista. Nadie ahora parece tener claras sus opciones. Todos los posibles candidatos, en mayor o menor medida, acumulan pecados capitales que se echan en cara unos a otros. Salvo sorpresas, habrá que pactar un nombre.

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