Blog | Permanezcan borrachos

¿En qué piensas?

Hay preguntas que, sin pretenderlo, abren un socavón e invaden al otro por dentro, aunque sea un ser amado

CUANDO DOS personas están solas, tal vez abrazadas, y se forma entre ellas un silencio cómodo, caluroso, que no les importaría que durase toda la vida, a veces una de las dos pregunta sin venir a cuento: "¿En qué piensas?". Y de pronto, todo se desafina, decae, y la tranquilidad fracasa. Fue un bonito silencio, pero se perdió para siempre. Uno siente que en ese instante finaliza un momento perfecto y empieza otro, que no sabe qué deparará, y que será peor. Hay preguntas que sin pretenderlo abren un socavón e invaden al otro por dentro, aunque sea un ser amado. Pensando que sirve para intimar, o para que el silencio no se vuelva hastío, la pregunta trastorna la calma. No es difícil, pero tampoco fácil, como cuando te dicen "¿Sales esta noche?" o "¿Qué piensas del estructuralismo?". Puede que existan terrenos íntimos que nunca hay que recorrer si no es en soledad.

Si uno lleva la sinceridad al extremo, quizá responda que no pensaba en nada. Los días están plagados de lapsos así, durante los que se limita a ejercer la ausencia, imitando a una pared. Son esas partes de una jornada en las que nos igualamos a los objetos. Pero ¿y si la franqueza es solo una superstición que no hay que sacar de quicio? Quizá también respondamos que no pensábamos en nada. Entre los momentos de ausencia y los momentos de lucidez de los que cualquiera de nosotros es capaz, se deslizan también los intervalos en los que los pensamientos son escandalosos. No podrías anunciarlos en voz alta ni estando tú solo.

Antes del fin del verano quedé con una amiga y hablamos de ese instante en el que dos amantes se envuelven, a lo mejor uno le retira al otro el pelo de la cara, bajo un celestial silencio, y de repente estalla la pregunta. A ella le había pasado recientemente. Salía con un hombre desde hacía cuatro meses, estaban a solas, en casa, echados en el sofá y habían apagado la tele después de ver un capítulo de Better call Saul, cuando él dijo: "¿En qué piensas?".

Mi amiga cree que esa es una pregunta intimísima, mucho más de lo que se entiende habitualmente por pregunta íntima. Estuvo a punto de responder, porque casi era cierto, que "pienso en que ayer vi a un hombre en el Thyssen del que podría estar enamorada los siguientes 20 años. Me acerqué a él para saber cómo eran sus manos y a qué olía su cuerpo. Era increíblemente atractivo, más de lo que tú puedas soñar con ser jamás, y para mi sorpresa me habló. Yo me acordé de Vestida para matar, de Brian de Palma, cuando Angie Dickinson recorre el Metropolitan de Nueva York y se fija en un hombre de gafas oscuras. Es un juego de seducción en la distancia, con apariciones y desapariciones a lo largo del museo. Cuando cree haberlo perdido de vista, Dickinson abandona el edificio y ve al hombre en un taxi, esperándola. Ella se sube y hacen el amor en la parte de atrás. Deseé que me sucediese algo parecido. En eso estaba pensando, cariño. Y tú, ¿en qué piensas?".

Me dio mucha pena que al final mi amiga no hubiese dicho esto, sobre todo, porque a los pocos días la relación se acabó para siempre. Pero supongo que se trataba de una de esas situaciones en las que decir la verdad es casi inmoral. Compañía K, de William March, contiene un capítulo en el que un capitán ordena a un soldado escribir cartas de condolencia a los familiares de los caídos. Al cabo de 30 cartas decide escribir al menos una en la que reluzca la verdad. "Estimada señora: Su hijo falleció innecesariamente en el bosque de Belleau. Le interesará saber que en el momento de su muerte estaba plagado de bichos y debilitado por la diarrea. Tenía los pies hinchados y podridos y apestaba. Vivió como un animal asustado, pasando frío y hambre. Entonces, el 6 de junio, le alcanzó un pedazo de metralla y sufrió dolores horrorosos mientras agonizaba lentamente. Pasó tres horas enteras entre gritos y maldiciones. No tenía nada a lo que aferrarse: había aprendido hacía tiempo que lo que usted misma, su madre, que tanto lo quería, le había enseñado a creer mediante unos sustantivos tan inanes como horror, valentía y patriotismo, era una enorme mentira...".

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