Opinión

Tegucigalpa

AL PISAR Tegucigalpa el ambiente de desconfianza flotaba en el ambiente desde los primeros segundos. Los últimos índices delincuenciales (año 2015) situaban a esta ciudad de Honduras como una de las más peligrosas del mundo. Pero, una vez allí, la oportunidad de profundizar en sus diferentes realidades sociales se convertía en una sugerencia irrenunciable. Al mirar al cielo, la vista tropezaba continuamente con un cableado eléctrico que pendía de unos envejecidos postes de madera. Hasta el suministro a hoteles y restaurantes de cierta categoría recibían la energía por este rudimentario sistema. El miedo a electrocutarse descendía a medida que pasaban las horas y el paisaje se convertía en costumbre. De noche y de día, los nativos del lugar callejeaban presumiendo de una tranquilidad admirable. Desafiantes al destino en cada esquina; en una de ellas, se encontraba un destartalado local destinado a una asociación de discapacitados. Los asaltos a aquella sede habían sido continuos. Hasta el punto que la cerradura era un verdadero mosaico de muescas. Al parecer ya no quedaba nada en su interior. En sucesivos episodios se lo fueron llevando todo, menos un cártel que colgaba de la puerta. Un escueto mensaje trataba de disuadir a quienes tuviesen cualquier tentación de cometer un hurto. Estaba escrito a mano con una incorrecta caligrafía: “No entre. Ya no hay nada pero vivimos en paz”.

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