Opinión

Taxi

LA SALA de espera no distaba mucho de otros modestos aeropuertos. El despegue y aterrizaje podía ser observado por un gran ventanal de cristal. Esa tarde del mes de julio, un aeroplano del ejército enciende y apaga las hélices del motor ante la revisión de un mecánico; eso hacía más entretenido el paso de las horas. Debía viajar a la isla de Bioko para tomar un vuelo de regreso a España. Las características de los aviones internos respondían a la misma humildad que el modo de vida los guineanos. Para empezar, el embarque obligaba a caminar por la pista hasta la escalerilla. La numeración de los asientos era inexistente, por lo que uno puso en práctica las enseñanzas de volar en compañías ‘low cost’ para encontrar un lugar. Y en cuanto a la sobre venta de billetes (overbooking), la situación se resolvía a gritos entre el piloto, la sobrecargo y el pasajero. Pero, al final, siempre habría un sitio para el pasajero. A mi lado, una joven chica guineana confiesa estar nerviosa por ser la primera experiencia. Entre varias personas tratamos de rebajar su angustia. A pocos minutos del aterrizaje decide agarrar el brazo de quienes estábamos sentados a sus costados: por momentos, daba la sensación que iba a parir antes de tomar suelo en la ciudad de Malabo. Nada falla y tocamos tierra sin contrariedades. Ella respira y el resto también. Al abandonar el aparato, la chica agradece el apoyo recibido y me reta: "Si quieres continuar con más emociones fuertes, ahora, toma un taxi aquí”.

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