Opinión

Rosa

DIVISAR EL lago Xolotán desde aquella posición resultaba idílico, casi irreal. Hace años, en ese mismo departamento de la ciudad de Manaua, las cordilleras montañosas de basura imponían un paisaje de miseria y pobreza extrema que solo la cooperación y la voluntad política española, de aquel momento, lograron erradicar. Al entrar y pisar aquel lugar se podíanapreciar, todavía, en el subsuelo, las cicatrices de una tierra heridapor un pasado en el que 1000 toneladas de deshechodiarias eran esparcidas y amontonadas en las 42 hectáreas del popular barrio de la Chureca: el mayor vertedero incontrolado de Centroamérica que cohabitó años y años con la capital de Nicaragua. Entre tanta penuria se sumergían a diario miles de personas. Dedicaban su tiempo arevolver en los desperdicios buscando algo de valor para vender, y arreglar así la comida del día. Aquello acabo siendo una profesión con titulación propia: ‘Buzo de la basura’. Vivir allí acabo siendo una opción para mujeres como Rosa. Cada mañana despertaba con el deseo de que ese fuese el último día. Al anochecer seguía atrapada en medio de la inmundicia. Entreexplosiones, humo y olores insoportables. Su avanzada edad ya no le permitía competir con los más jóvenes para obtener algún material preciado. Así que se reconvirtió en la cuidadorade los niños cuando sus madres se ponían a bucear. A cambio, un plato de comida y algunos córdobas (moneda local) para subsistir. Cuando el vertedero se transformó en colonia, ella fue una de las primeras en recibir una vivienda social. Para adaptarse fue capacitada en cómo abrir un grifo, encender un hornillo o cerrar una ventana. Pero, nunca perdió su oficio. Hoy, en día sigue cuidando pequeños. Si pasas por allí solo pregunta por la abuela de la Chureca.

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