Opinión

Revolución

EL PANORAMA anticipa un presente con escaso futuro. Proyecta sensaciones irrepetibles. Y lo peor: todavía es posible empeorar, si no se actúa pronto con determinación. La cifra desvelada por Unicef solo incita a enterrar la cabeza para no escuchar, más veces, que 62 millones de niños pueden morir por causas evitables. Desde luego, la escena vaticinada resulta insoportable; propia de una humanidad que ha emprendido un camino, sin retorno, hacia un barranco del que se desconoce su final. De igual forma, el derecho a comer, a beber o a ir a la escuela se ha convertido en un bonito e inalcanzable privilegio para 167 millones de niños y niñas que parecen condenados a vivir, refugiados, bajo el puente de la pobreza; asediados por el fantasma del hambre, castigados por la sombra de la sed o atropellados por la ignorancia del analfabetismo. Todo esto ocurrirá si persiste una descarada falta de empatía colectiva, una ausencia de políticas eficientes o una vergonzante inacción en la lucha contra las desigualdades humanas. Sucederá porque solo un tercio de las personas acceden a los recursos de los otros dos tercios que residen en el planeta. Así, la imparable brecha que divide el mundo rico del mundo pobre que, lejos de detenerse, crece a pasos exorbitantes. Y aumentará alimentada por la omisión de unos pocos ante la desesperación de muchos. Una insalvable realidad que ya impacta contra la infancia tanto aquí como allá. En insospechados rincones donde la única esperanza es la llegada de una pacífica revolución social que nunca acaba de llegar.

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