Opinión

Preguntas

¿DÓNDE ESTARÁN?, ¿a qué dedicarán, a esta hora, su tiempo? Estas son dos de una interminable lista de preguntas despojados de respuesta. Europol ya reconoce que se ha perdido la pista a cerca de 10.000 niños. Si se tiene en cuenta que, en el último año, 26.000 pisaron el territorio europeo, el porcentaje alcanza niveles intolerables. En el mejor de los casos, cabría la posibilidad de que hubiesen alcanzado la reunificación familiar tras una angustiosa travesía por el Mediterráneo. En el peor, no se descartaría el secuestro a través de las redes de tráfico de menores. Realidades amenazantes al huir de Siria, al dejar atrás la guerra, al buscar cobijo y amparo fuera de casa. Donde “las cosas se sabe cómo empiezan pero nunca como pueden acabar”. Es ahí cuando la incertidumbre se convierte en una empalagosa compañera de viaje. Se hace fuerte. Se viene arriba. Espera el mejor momento para hacer desfilar a toda una legión de dudas a costa de atenazar a la esperanza en cada rincón de Europa. A estas alturas, es sabido que ser menor y refugiado solo multiplica por diez el grado de vulnerabilidad nada más sacar los pies del país de origen. Pero, es consabido que ocupar un despacho, en Bruselas, también eleva al máximo el exponente de negligencias ante cualquier drama humanitario.

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