Opinión

Millonarios

CONVIENE ASIMILARLO cuanto antes: usted y yo formamos parte de un multitudinario grupo de pobres. Según denuncia la ONG Oxfam, el 1% de la población española concentra más riqueza que 35 millones de almas. A nivel mundial, la cuestión empeora: solo 62 personas atesoran los mismos recursos que 3.600 millones. Bien distribuidos, no cabe duda, resolverían dramas humanos como la indigencia o la exclusión social. Pero, la habilidad de este selecto grupo de millonarios para hacer negocios es la misma que aplican para enfriar el corazón en cada una de sus operaciones. Se trata de surfear en la ola de la abundancia material. De mantenerse en la cresta hasta alcanzar la obscenidad. De cumplir con un perverso objetivo: «tener más y más». Es sabido que vivir como un rico no está asociado con serlo. Un día, uno de esos empresarios forrados espetó: «el dinero no te da la felicidad, te la presenta». En ese momento, entendí que la avaricia es ilimitada. Descubrí que está capacitada para obviar el paradero de miles de mujeres que trabajan tejiendo, por sueldos miserables, hasta la extenuación mientras unos pocos duermen. Comprendí que, para el capital, es sencillo justificar que millones de niños y niñas soportan el peso de la producción mundial sobre sus frágiles hombros: es solo el ‘inevitable’ precio de ser viables y competitivos. También, confirmé que los derechos humanos siguen en números rojos.

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