Opinión

La llave

EL PRIMER momento incomodó. El segundo generó una sensación de extraña de confusión. El tercero detonó una especie de envidia ‘insana’ por no ser uno de los dos protagonistas de aquella verdadera historia de pasión. No solo se querían, se amaban hasta el infinito. Lo hicieron durante décadas. Y pusieron en práctica aquello de avivar el fuego a riesgo de que todo pudiese acabar en un incendio incontrolado de sentimientos. Aunque, poco antes de llegar a ese caótico punto, la inteligencia llamaba a la cordura. Una auténtica muestra de que cuando los años se acuestan con la experiencia las cosas suelen salir bien. Mi encontronazo con aquella irrepetible pareja de ancianos tuvo lugar, hace varios años, en un recóndito pueblo del norte nicaragüense. En público, y supongo que también en privado, no había un segundo sin cariño. Una y otra vez se repetía las escenas de afecto. Como dos auténticos adolescentes aprovechaban cada minuto al máximo. Al conocerles, uno se acostumbraba a hablar y escuchar en medio de una batería de arrumacos. Hoy, la desgracia se llama alzhéimer. Él ya no la reconoce a ella. La habitación del pasado ha quedado vacía. Alguien entró sigilosamente en sus vidas y robó del cajón secreto la llave del cofre de los recuerdos. Poco a poco, su intenso amor se difumina, se decolora, se pierde en el laberinto de una memoria enferma. Se olvida para siempre.

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