Opinión

Beni Enzar

BUSCAMOS EL camino de ida y vuelta. Entrar y salir en dos realidades paralelas. De Marruecos a España. De Nador a Melilla. En pleno paso fronterizo unos esperaban su oportunidad para colarse. Otros comerciaban con todo los recursos posibles como la tarjeta de inmigración. Se nos ofrece por 1 o 2 dírhams. Todo depende de la negociación. El intento es una constante: “ya no quedan. Es la única oportunidad de poder pasar esta noche”, expresan con un canto bien ensayado. No hay tregua. El asedio es incombustible, incluso cuando estamos a escasos metros de las cabinas de control fronterizas del territorio marroquí. Una mezcla de exagerada sobriedad y oscuridad se hacen notar. La frialdad de la rutina forma parte del recibimiento. La atmósfera está sobrecargada: “Una sensación parecida a una olla a presión defectuosa que, en cualquier momento, puede llegar a explotar”. En el interior de la caseta un funcionario escribe a la luz de un fluorescente. El saludo de “buenas noches” carece de absoluta expresividad. A pocos metros, visionamos la verja “'made in Spain'”. Los agentes de la Gerdanmerie Royale de Marruecos miran con una indiscreta desidia; sin apenas inmutarse, acostumbrados a los amagos de toda clase. Se muestran poco sorprendidos por lo que sucede esa noche de miércoles. Cincuenta metros para pasar de un país a otro. O, más bien, de un desarrollo instalado por encima de los cincuenta primeros estados del mundo a otro situado por debajo de ese nivel, según el PNUD. Y, por unas horas, la expresión de la supervivencia se detiene… Nos espera a ese lado fronterizo. Donde se encuentra el monte Gurugú, infame lugar de residencia de miles de seres humanos. Allí donde los días transcurren con una dignidad que abandona a quienes se han visto forzados a emigrar. Donde las agresiones y actuaciones violentas de la policía no cesan, a pesar de las numerosas denuncias de las ONG’s. Decorada con un irregular reguero de viviendas de muy modesta arquitectura, la frontera de Beni Enzar se convierte en el fiel reflejo de la colisión de dos mundos separados por una valla (cada más alta y espinosa) y un kilómetro de distancia… El agente español a nuestro paso nos da las “buenas noches” con la solemnidad que exige estar de servicio. Y nos aclara: "“No se equivoque, esto sigue siendo Marruecos“". Lo escupe con un cierto desaire hacia el pueblo vecino. Transcurridas unas horas se produce el regreso a Nador. Abandonamos Melilla, una ciudad ordenada y sosegada, para recuperar el bullicio de personas vagando por los alrededores de una frontera repleta de una invisible injusticia. Mientras nos dirigimos al primer control, de nuevo, reaparecen las sombras de personas zozobrando sin una trayectoria clara. El ambiente sufre, de nuevo, una recarga de extraordinaria tensión a medida que avanzamos. Nada ha cambiado, ni parece cambiar en décadas: “la historia interminable vuelve a empezar”.

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