Opinión

Ancianas

LA JUVENTUD pega un sonoro portazo. Puede que ahí termine todo. Que sean los últimos metros del camino. Que sea la última oportunidad para despedirse antes de extinguirse. De saltar al vacío después de haber navegado en el barco de la vejez. De abandonar la indiferencia que provoca la experiencia vital. De arrinconar el agrio sentimiento del desprecio colectivo por almacenar empirismo. Envejecer nunca estuvo de moda, ni lo estará. En algunos casos, rebelarse ante la muerte ha tenido un alto precio: la proporción de años ha ido creciendo al mismo ritmo que el menosprecio. Aquella mujer lo dijo solo con una triste mirada a la puerta de su humilde chabola. Allí, nos recibió con un lacónico: «bienvenido». Había entregado los mejores años de su vida cocinando para los guerrilleros salvadoreños durante un interminable conflicto bélico. Apagaba el hambre de muchos a cambio de alimentar los ideales con libertad y democracia para el pueblo. Pero, solo el paso del tiempo acabó por extraviar el nombre de muchas mujeres como Bernabeba. Las convirtió en huérfanas del apoyo humano. Las condenó a llorar en un trópico atiborrado de soledad. Y poco a poco se han ido perdiendo en el limbo de la extrema pobreza, en el olvido de los suyos, en la demencia social por el mero hecho de ser las ancianas del presente.

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