Opinión

Posnormalidad

Es seguro que Leopoldo II de Bélgica fue un genocida que no merece una estatua, puede incluso que sean discutibles los méritos humanísticos de Cristóbal Colón para tener una, como los de tantos mercaderes que desde el puerto de La Coruña se hicieron de oro con los esclavos. A ver qué pasa cuando haya que erigir nuevas estatuas y ponerse de acuerdo acerca de quiénes son los indiscutibles benefactores, quizá haya que hacer caso omiso de aspectos incómodos de las biografías, como los negreros que también fueron filántropos, o esos personajes de reconocida proyección pública y discutibles conductas privadas. Quizá sea mejor no hacer estatuas a nadie, el silencio antes que una memoria que siempre es bastarda, pero me temo que eso tampoco será satisfactorio para nuestras ansias de rito y ceremonia, el silencio es un lujo que no practicamos de buena gana porque tanto como sapiens somos demens, lo que es tanto como decir simbólicos y lúdicos, y, sobre todo, aunque arriesguemos la mentira y el escarnio, nos gusta celebrar, poner letreros bien grandes con palabras solemnes y erigir estatuas. Y también nos gusta obedecer a los que durante un breve soplo de tiempo la historia les hizo ser poderosos. 

No sabemos muy bien qué hacer con el colonialismo en tiempos poscoloniales, en general no sabemos qué hacer con el pasado cuando no nos gusta, que es lo habitual. Tendemos a negar, a reescribir, a manipular de otra manera, todo para reforzar una imagen de nosotros mismos llena de inseguridades e incertezas. Pasa con el ‘pos’ de ‘poscolonialismo’ lo mismo que con el de posilustración, posmodernidad, posdemocracia o Estado posnacional, o, ahora, esa nueva normalidad que en realidad es una ‘posnormalidad’: que designa algo inestable y transitorio de lo que todavía desconocemos la dirección, una transición inacabada, un tiempo fuera de sus goznes que todavía no encontró una nueva horma. 

Quizá sea mejor no hacer estatuas a nadie, el silencio antes que una memoria que siempre es bastarda, pero me temo que eso tampoco será satisfactorio

Y además (y esto es algo que frecuentemente no han entendido los críticos de la posmodernidad) el pos también designa que lo previo no se ha superado, que aunque su vigencia se ponga en cuestión es para declarar que vivimos aún bajo sus efectos y consecuencias, que algo mantiene su capacidad de influencia más allá del período en el que gozaba de validez incuestionable. Por eso el racismo está todavía entre nosotros, porque el colonialismo no es algo que quede atrás por el mero hecho de sustituir unos líderes por otros (unas estatuas por otras), ni dejamos de creer en la democracia o la patria aunque las veamos a diario desbordadas por los hechos, ni la modernidad está acabada por ponerle un prefijo a la palabra que la designa. El pos indica tan solo una conciencia crítica y, respecto a una época normalizada y normativa, es el epítome de una anomalía. 
El corolario respecto a nuestra nueva normalidad poscovid es claro: sabemos lo que en el fondo ya sabíamos pero que ahora hemos reactualizado, es decir, que somos extremadamente vulnerables, que formamos una unidad con el entorno natural, que estamos unidos por vínculos de convivencia que van mucho más allá de nuestros perímetros familiares, que el valor de la vida está unido a su fragilidad. Todas estas son verdades normales, como si fueran modernas o de toda la vida, porque en el fondo son constantes antropológicas que ahora han sido subrayadas y persisten con renovado vigor. 

Y luego están no las verdades sino las dudas posnormales, esas sospechas que horadan las certezas de nuestro modo de vida. Deseamos volver a la vida anterior a la pandemia y, al mismo tiempo, sabemos que eso no es posible, y entonces seguimos como si todo siguiera funcionando más o menos igual, volvemos a llenar las calles, aspiramos a producir, a contaminar y a consumir como siempre, aunque sepamos que las costuras apenas soportan la presión de un modelo insostenible, hacemos como si el sistema político no fuese incapaz de ofrecer planes creíbles de reforma social y económica, como si la realidad analógica y presencial fuese todavía una expectativa. Todo un conjunto de reglas del juego colapsaron pero la rueda ha vuelto a girar y lo asumimos porque aún no tenemos otras. A eso lo llamamos normalidad pero en realidad ya es posnormalidad, una forma de anomalía en busca de nuevas estatuas.

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