Opinión

La política tiene nombre de mujer

La política tiene nombre de mujer, al menos en España durante las últimas semanas. A izquierda y derecha, un conjunto de nombres, unidos solamente por el género, han protagonizado actos, congregado auditorios, animado entrevistas y sobre todo proporcionado materia prima para innumerables crónicas a las que añadimos una más.

Lo han hecho con mucho ruido en el PP y con mucho trabajo escenográfico más allá del PSOE. Unas y otras con la mirada puesta en los medios antes que en los ciudadanos. Lo que se dirime, con frecuencia soterrado por mensajes ambiguos, es la lucha por el poder, despiadada por definición, tan cruda como sea necesario. Así se explican las víctimas colaterales producidas en estos días. Pablo Casado y Teodoro García Egea a la derecha, Irene Montero e Ione Belarra en la izquierda. Ninguno de ellos es un trofeo menor: los dos principales dirigentes populares y dos ministras de UP. El ruido generado ha relegado al ostracismo a la otrora telegénica Inés Arrimadas, hoy perdida en el hemiciclo camino del silencio si no ficha antes por otra opción partidista.

Las protagonistas han sido muchas aunque no exactamente corales. A un lado Isabel Díaz Ayuso pidiendo paso y más poder, al precio de arrancárselo a su teórico jefe. Ha recibido el apoyo inesperado y probablemente no deseado de Cayetana Álvarez de Toledo que, sobrada de soberbia, arremete contra todos en un libro destinado a dar carnaza a todos los oponentes a su partido, sin que el beneficio sea perceptible.

Al otro lado, Yolanda Díaz ha formado un equipo de circunstancias con Mónica García, Ada Colau, Mónica Oltra y una concejala de Ceuta. Las une su deseo de aglutinar el voto que antes recibieron Podemos y sus apoyos territoriales, actualmente disperso en varias entidades y fraccionado por rivalidades internas y egos varios. Por eso la andaluza Teresa Rodríguez no ha sido invitada como no lo fueron las dos Ministras citadas. No conviene alentar falsas expectativas cuando la confección de las listas está tan lejana. Algunas de ellas rendían pleitesía sonrojante a su anterior líder hace pocos meses. Ahora huyen de su legado y se aprestan a reinventar la enésima versión de la desunión de la extrema izquierda.

Unas y otras han conseguido que la imagen de Pedro Sánchez mejore, aproximándose a la de un estadista. Al menos habla de los problemas del país, o de algunos, mientras que en los citados actos, a derecha e izquierda, se han ofrecido titulares, fotografías, lugares comunes en cantidad, desparpajo innecesario en un lado, almíbar excesivo en el otro. Si Sánchez consigue mejorar algo en empatía, su hegemonía no corre peligro. Las unas y las otras laboran a su favor.

Es difícil creer que el futuro del país se pueda afrontar con el simplismo del que presume Ayuso en muchas ocasiones o con el vacío de propuestas que oímos en el acto de Valencia. Se nos dirá que no es el momento de profundizar pero la imagen de los dirigentes se construye día a día, no en el tramo final de la campaña electoral. Cuando se eligen las emociones en lugar de las ideas, el populismo en lugar del rigor o el casticismo a falta de análisis, la imagen de quienes así actúan queda cuestionada.

El espectáculo banal de la política catódica, transformada en un reality show con reparto de papeles, griterío, ruido y luces, ha beneficiado a los medios televisivos pero ha emprobrecido, quizás de forma definitiva, el debate político. Un caldo de cultivo que favorece a los extremistas de todo tipo cuyo mensaje apocalíptico siempre es más noticiable que el rigor en el tratamiento de los temas.

El cambio cultural que representa la irrupción masiva de mujeres en los puestos dirigentes no debe quedarse en las formas. La agenda de problemas que afronta el país, muchos de ellos enquistados, necesita propuestas, estrategias y muchas explicaciones porque no son fáciles de asumir. Tratar a los ciudadanos como a menores, entreteniéndolos con pirotecnia verbal o imágenes ensayadas no es el mejor camino. Cualquiera que sea el género.

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