Opinión

Pax germánica con los bárbaros en las fronteras

Hace medio siglo que Kissinger preguntó por el teléfono de Europa. El sarcasmo fue contestado en años recientes por los dirigentes de la UE, que pretendían delegar en alguno de sus miembros tan honrosa distinción. Del lado americano ya no preguntan pues saben la respuesta: es el número de la canciller alemana. Las instituciones europeas, que no por casualidad están dirigidas por una colaboradora suya, son un mero apéndice instrumental de una realidad inapelable.

Alemania dirige la Unión de acuerdo con sus propios intereses estatales y los del grupo de países que la secundan en todo su momento, que a su vez son su mercado. Cuando hay conflicto o crisis interna, una o varias conversaciones con el presidente francés, siempre creativo y contemporizador en nombre de los países críticos, resuelven el conflicto hasta el siguiente episodio. Es una descripción simplificada del actual estado de la Unión.

No es una situación mala. Expresa que, probablemente, la UE ha llegado a su techo, con un balance muy satisfactorio. Un extenso mercado interior, la mejora espectacular del nivel de vida de todos sus habitantes y muy especialmente de los países incorporados en las sucesivas ampliaciones, un oasis de derechos humanos, bienestar y cultura, con pocas excepciones. Sin olvidar la ausencia de guerras en suelo comunitario. Atrás van quedando las ensoñaciones de teóricos o dirigentes ambiciosos: Constitución europea, unión política, peso internacional, etc. La Unión ha conseguido mucho pero las divergencias internas respecto al futuro son ya muy evidentes y de hecho han provocado la salida del Reino Unido.

El orden internacional ha mutado desde el fin de la Guerra Fría. Tras un cuarto de siglo de supremacía indiscutible de EE UU, basada en el tridente de una economía muy fuerte, el dólar como moneda de referencia mundial y el poder militar, China ha surgido como un líder mundial, reforzado tras la pandemia actual. Ya no es solo la fábrica del mundo, antes centrada en productos de intensidad tecnológica baja, ahora además en alta tecnología. Es ya una potencia militar en expansión y sobre todo una potencia económica que está alterando significativamente el equilibrio mundial de poder. Su fuerte penetración en África con capital y soft-power, su creciente influencia en organismos internacionales a través de una diplomacia muy activa, todo ello apoyado en índices de crecimiento tan espectacular como sostenido, aseguran que su influencia en los próximos años sólo podrá crecer.

La respuesta de la Unión Europea a la crisis sanitaria por el coronavirus ha sido clásica: prestar dinero y evitar considerar el problema como estratégico, dejando que cada Estado se defienda como pueda

El desinterés de EE UU hacia Europa viene de antiguo y ha sido acentuado durante las presidencias de Obama y de Trump, reclamando que los europeos se comprometan en su propia defensa mientras su país desplazaba el foco de interés al Pacífico. Rusia se ha consolidado en Oriente Medio, con medidas de diplomacia tradicional, tratando de cubrir el vacío americano. Mientras, la influencia de Bruselas más allá de las fronteras comunitarias es mínima. Ni en el Mediterráneo, menos Mare Nostrum que nunca, ni en el Magreb o el Sahel para contrarrestar la inmigración ilegal, ni en América Latina u otras regiones del mundo.

La Unión Europea es hoy una fortaleza asediada por enemigos interiores y exteriores. Entre los interiores, el envejecimiento demográfico y la debilidad comparativa de los sectores punteros de la industria. Entre los exteriores la dependencia de la inmigración, tan necesaria como temida y la debilidad financiera para sostener su costoso sistema de bienestar. Como en otras ocasiones históricas, los bárbaros se agolpan en las fronteras, mediatizando poco a poco al antiguo poder hasta sustituirlo por agotamiento.

La crisis económica derivada de la crisis sanitaria del coronavirus apenas ha comenzado. La respuesta de la Unión ha sido clásica: prestar dinero y evitar considerar el problema como estratégico, dejando que cada Estado se defienda como pueda. Una vez más, falta absoluta de pensamiento estratégico, de horizonte. Como si la nueva crisis mundial no consistiese en una realineamiento de vencedores y vencidos. Entre los primeros todos aquellos países, China el primero, que controlen la crisis sanitaria sin excesivo coste. Entre los segundos quienes deban pagar una factura económica que debilite sus economías o deban asumir endeudamientos arriesgados.

No hay visión a medio plazo en Europa porque tampoco existe en los países que forman el club. Pensar en la economía que necesitaremos para sostener nuestro modo de vida implicaría tomar decisiones sobre los mercados financieros, las empresas transnacionales, los paraísos fiscales o las laxas normativas de Países Bajos o Irlanda para deslocalizar empresas, entre otras. Y hacerlo antes de que los fondos soberanos y los fondos de inversión terminen de adquirir muchas empresas estratégicas por intereses financieros y no productivos.

Un último apunte. La UE ha sido un club de estados, limitado a los políticos. Los ciudadanos han estado al margen siempre y su único órgano, el Parlamento Europeo, tiene escasa capacidad política. Ni existen partidos políticos ni sindicatos europeos, más allá de estructuras mínimas de coordinación. Tampoco movimientos sociales suficientemente grandes y críticos como para influir en la gobernación. En otros términos, no hay incentivos para cambiar mientras esperamos a los bárbaros.

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