Opinión

El ladrón de palabras

EL MALPENSADO no nace, se hace.

A tan brillante conclusión de la filosofía estoica se llega después de observar un rato el comportamiento de Sánchez y sus más fieles colaboradores.

Y es que cuando concibes tu forma de hacer política en una variante más del arte del engaño, acabas por contaminar todo lo que tocas y ni siquiera diciendo la verdad consigues ser creído, porque te has robado las palabras a ti mismo.

El presidente demuestra una y otra vez que sus mensajes son versiones de los hechos, no hechos en sí. La clave radica en un momento determinado en el que él o alguien de su círculo cercano concluye: "Vamos a decirles… " tal o cual cosa. En ese "vamos a decirles" anida el germen de la desconfianza que al cabo de los meses te convierte en un malpensado, aunque inicialmente beses por donde pisa el personaje.

Entonces ya no hay vuelta atrás, ni cabe mejora que lo evite. Entonces el personaje tiene que vivir encapsulado para que no le lleguen a sus castos oídos las verdulerías que la gente a la que administra desea lanzarle, harta del engaño.

Acosar a Juan Carlos, ordenan también como brillante estrategia del calamar acorralado. Que la gente lo perciba como su mayor enemigo en estos últimos años, porque si conseguimos que lo vean a él, ya no lo seré yo.

Y todo va en la misma dirección. Metamos noventa y nueve tiburones en la piscina y nadie se dará cuenta de que entra en sus aguas uno más.

Toda esa estrategia sirve para engañar a los tuyos un rato, pero ni es eterna, ni funciona con los países que te rodean. Argelia, con la que manteníamos excelentes relaciones hace dos meses —Sánchez dixit—, no actúa por lo que dice el gran ladrón de palabras, sino por lo que hace, y el resultado no puede ser más catastrófico.

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