Opinión

Como siempre

ESTAMOS DONDE estuvimos siempre, en la duda, en el error y en la especulación. Pero no nos gusta, claro. La gente quiere que se le diga la verdad, pero la verdad sigue siendo tan esquiva hoy como en la época del geocentrismo, ya saben, cuando al decir de la ciencia todo giraba alrededor de la Tierra. Y aunque en realidad el Sol siempre había sido la estrella más admirada, hubo que esperar hasta el siglo XVI para que Copérnico nos convenciese del heliocentrismo, algo que estaba allí desde el primer día.

Seguramente usted también ha visto o leído en estos dos últimos meses diez teorías distintas sobre el origen del Covid-19, otras tantas sobre la conveniencia o no del confinamiento y cincuenta más sobre lo que va a pasar a partir de ahora. Quizás el único punto común entre todas ellas es que hay que lavarse las manos y por eso nadie lo discute.

Cuando mediado el siglo XIX el médico de Viveiro Nicolás Taboada Leal les dijo a los vigueses que el cólera morbo asiático —siempre Asia—, se transmitía de hombre a hombre y por lo tanto era imprescindible cerrar los puertos y someter a pasajeros y tripulaciones a una cuarentena en San Simón —¡vaya casualidad, Fernando Simón!—, muchos lo tomaron por iluso, otros no le creyeron y un tercer grupo, aunque sabedor de que le asistía la razón, se negaron a admitirlo porque esas medidas supondrían cientos de millones de pérdidas.

Seguimos donde estábamos, con el agravante de que hoy las verdades y las mentiras encuentran rápido eco internacional y se confunden. Pero si sobrevivimos siglos creyéndonos el ombligo del universo sin serlo; si curamos las fiebres con sangrías que acababan por debilitar al paciente; si a las embarazadas no se les da de comer conejo por miedo a que el niño nazca con labio leporino, y estamos aquí, es porque en algún momento se supo la verdad.

De modo que lavémonos las manos

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