Opinión

La libertad de prensa

EN ESTA era de la red leer cada mañana el periódico tomando el primer café sigue siendo uno de los grandes placeres. Esas páginas impresas tiene magia, en ellas siempre se encuentran noticias fiables de entornos próximos y lejanos, columnas de opinión diversas, viñetas que provocan una sonrisa y hasta pasatiempos que convidan a la evasión. Todo eso conforma las funciones clásicas del periodismo: informar con rigor, formar opinión y entretener.

Hoy son muchas las amenazas que se ciernen sobre la prensa, desde las dificultades económicas de las empresas y la precariedad de los empleos, hasta la irrupción del universo digital, sin olvidar el bajo índice de lectura. Pero la existencia de medios de comunicación, plurales e independientes, es consustancial a la democracia porque otra de sus funciones es controlar al poder político y demás poderes inherentes a la democracia que nos hemos dado.

Los medios reconocen el trabajo del poder cuando cumple, son críticos con él cuando se equivoca o desvía y denuncian cualquier abuso cuando se produce

Cumpliendo con este papel, los medios reconocen el trabajo del poder cuando cumple, son críticos con él cuando se equivoca o desvía y denuncian cualquier abuso cuando se produce. En el haber de la prensa está el descubrimiento de casos de corrupción que sin sus equipos de investigación seguirían ocultos e impunes. Por todo esto y por más, larga vida al periodismo riguroso, a los periodistas que lo ejercen y a las empresas que lo sostienen, tres pilares de la información que, dice el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, son los guardianes de la democracia.

Nada que ver con las redes sociales. Muchos internautas crean realidades paralelas -los hechos alternativos de la asesora Kellyanne Conway- que lanzan a la red como verdades intachables y resultan ser mentiras disfrazadas, medias verdades, rumores y a veces solo suposiciones o calumnias. Recordando a Kapuscinski, cuando la información pasa a difundir y defender intereses económicos o personales, "la verdad deja de ser importante". Estamos en la era de la posverdad.

Un apunte sobre la libertad de expresión. Es un derecho consagrado en la Constitución que se ejerce expresando pensamientos, ideas y opiniones. Pero esa libertad que muchos invocan ahora con la boca llena no es absoluta, limita con el respeto a los derechos de las demás personas, físicas y jurídicas, que también están reconocidos en la Carta Magna.

Y limita con la educación y el buen gusto porque, parafraseando al filósofo Emilio Lledó, la libertad de expresión se degrada si solo sirve para decir tonterías.

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