Opinión

La cultura del pacto

EN LOS PAÍSES de nuestro entorno europeo, con los resultados electorales del 20-D, los políticos buscarían la fórmula más razonable para formar un gobierno que respondiera al mandato de las urnas y a los intereses del país. Se suele citar a Alemania como ejemplo de gobierno de coalición, pero Dinamarca, Bélgica, Grecia, Italia y más países tienen gobiernos apoyados por partidos de distinto color, en algunos casos incluso de ideologías contrapuestas. 

Hay un denominador común en todos estos países: tienen tan arraigada su cultura democrática que anteponen la gobernabilidad a los intereses partidarios. Son naciones estables, respetan sus constituciones, su integridad territorial, tienen modelos productivos definidos y amparados por tanta seguridad jurídica que, en caso de crisis política, ni se espantan los inversores, ni se asustan las empresas, lo que hace que sus economías sigan funcionando. 

Ya nos gustaría a los españoles tener sus índices de paro, sus modelos productivos o una industria tan boyante. Pero España es diferente, también políticamente. El 20-D los ciudadanos enviaron un mensaje claro a los políticos: elijan una de las combinaciones posibles y formen un gobierno con las garantías necesarias para hacer frente a los retos extraordinarios que tiene planteados el país que necesita acometer reformas importantes. 

Y no está claro que hayan entendido el mensaje de las urnas como cabría esperar de su responsabilidad. Al menos, no asumen, o no entienden, el significado de la democracia plural cuyo primer principio es la cultura del pacto cuando no hay vencedores hegemónicos, como en este caso. Incluso hay partidos y políticos que viven confortablemente de lo que quieren destruir, la unidad de España, quinientos años después de la conquista de Granada que alumbró la nación más antigua de Europa. 

Todo esto explica que, en lugar de anteponer los intereses del país formando un gobierno que aleje incertidumbres económicas y territoriales, agravadas con la deriva que tomó Cataluña el sábado, y se ocupe de los problemas de la gente -el paro, la desigualdad, el estado de bienestar, las pensiones…-, estén buscando su propio beneficio con tacticismos que prolongan una interinidad política paralizante para acabar en nuevas elecciones. 

No es bueno sucumbir a la tentación de la nostalgia, pero ya se echa de menos la generosidad, altura de miras y sentido de Estado de la ‘vieja política’ de la Transición.

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