Opinión

En el día del trabajo

EL HISTORIADOR José Rodríguez Labandeira reproduce en El trabajo rural en España (1876-1936) una anécdota que tiene como protagonista a don Antonio Maura, el político conservador que un día visitó un cortijo extremeño y el propietario, que presumía de tener una de las explotaciones más modernas del país, le explicaba la función de cada dependencia: "Aquí duermen los puercos, aquí paren las puercas". Ambas estancias estaban relucientes.

Cuando llegaron a una cuadra inmunda cubierta de paja y sacos viejos, don Antonio preguntó "¿qué es esto, a qué se destina este espacio?". "Este es el lugar donde duermen los gañanes", respondió el propietario. "Pues procure usted que no despierten", le aconsejó Maura.

No tengo el dato de la fecha de esta visita, pero pudo producirse cuando ocurrían los sucesos de Chicago de 1886 que hoy, día del trabajo, es obligado recordar. En los primeros días de mayo de aquel año miles de trabajadores se declararon en huelga para reivindicar la jornada laboral de ocho horas y la concentración de la plaza de Haymarket se saldó con un número indefinido de heridos y muertos. De los ocho líderes juzgados días después, tres fueron condenados a cadena perpetua y cinco a pena de muerte.

Son los mártires de Chicago que dieron su vida para que también los gañanes de los cortijos extremeños y los campesinos de los labradíos gallegos, que vivían en condiciones peores que los cerdos y trabajaban más que de sol a sol, tuvieran algunos derechos. Les debemos una jornada razonable de trabajo y otros logros laborales.

Hoy, los mártires de Chicago lucharían por los derechos de la legión de trabajadores precarizados, de los jóvenes parados, de los mayores de 45-50 años expulsados del mercado laboral, de las familias que sufren para llegar a fin de mes. La paja y los sacos viejos de la cuadra extremeña son la metáfora de la precariedad que está creando una generación de trabajadores que firmaron contratos basura para empleos temporales o fijos tan mal retribuidos que los convierte en trabajadores pobres. Todos ellos están como adormilados en los cortijos-empresas, neutralizados por una permanente incertidumbre e inseguridad y sin capacidad de movilización.

Si don Antonio Maura visitara ahora este cortijo grande que es España diría a sus colegas que gobiernan las mismas palabras de entonces: "Procurad que no se despierten". Detrás de ese letargo puede estar agazapado un estallido social.

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