Opinión

Vivir sin prisas

Ir al gimnasio, dejar de fumar, correr una maratón, adelgazar, viajar o encontrar el amor. Todo son buenos propósitos al estrenar un nuevo año, pero la mayoría se acaban diluyendo. Según una estadística de la agencia de investigación de mercado internacional OnePoll, seis de cada diez personas nunca llegarán a cumplirlos. Tal vez sea porque son pretensiones inalcanzables, complicadas por sí mismos, poco medibles y que requieren un cambio radical para el que, en la mayoría de ocasiones, nadie está preparado. Dado que son deseos a largo plazo, que sin embargo, buscan resultados inmediatos, en su cumplimento entran en juego, tanto las expectativas como el tiempo. 

El tiempo en la actualidad se presenta desde el reproche y la carencia («no tengo tiempo»), manifestándose como insuficiente y contándose como una limitación para el desarrollo personal. Además, cualquier actividad queda supeditada a estándares de rentabilidad (la dinámica propia del consumo) y a una vertiginosa y anestesiante rapidez. El reloj y las agendas son los dos fetiches de nuestra época: los miramos y consultamos mientras comemos, en una cita, cuando hacemos deporte y hasta en el cine. Vivimos la vida en presente continuo, cualquier instante es un ahora despótico que contiene su propia exigencia, no cabe dilación, no hay tiempo para la espera. 

Sin embargo, las cosas más importantes de la vida suelen discurrir despacio. La generosidad, la amistad, el amor, piden y exigen de nosotros una lentitud que a veces no permitimos. No nos damos el tiempo que la vida exige. Con gran criterio decía Rousseau que hay que hacer caso omiso del tumulto exterior y prestar atención a nuestro mundo interior: perdernos en nosotros mismos. 

Asimismo, cuando no hay tiempo para pensar, se nos empuja a elegir entre recetas y fórmulas que no precisan de una elaboración propia. El ‘do it fast’ (hazlo deprisa) encierra una terrible servidumbre intelectual y emocional de la que se benefician los populismos y los emporios económicos. Así, la auténtica y más relevante batalla que hoy se libra tiene como objetivo captar, moldear y monopolizar nuestra atención. Esto está muy relacionado con el ritmo que decidimos imprimir a nuestra vida: a mayor rapidez, menor atención a lo que hacemos, lo que nos convierte en marionetas abúlicas y perezosas que se dejan llevar por los estímulos a los que se ven sometidas. 

En otro orden de cosas, además, el tiempo se volatiliza cuando somos felices y por el contrario, si algo nos aburre, parece que las agujas del reloj se eternizan avanzando muy lentamente. Afirmaba Einstein que «Una hora junto a una mujer en un banco del parque pasa como un minuto, pero un minuto sentado sobre una estufa caliente parece una hora».

Como vemos, el tiempo puede ser relativo, pero lo que verdaderamente es relativo es la percepción del mismo. Sin embargo, lento o rápido, tranquilo o tormentoso, siempre deja huellas en todo y en todos. Es urgente por tanto, recuperar la capacidad para disfrutarlo, de vivir sin prisa(s), de alimentar la lentitud y encontrar tiempo para la eternidad y por supuesto también para cumplir nuestros propósitos de año nuevo.

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