El adviento significa la llegada de Nuestro Señor, es tiempo para recordar el pasado e impulsaros a vivir el presente y a preparar el futuro. Ese recuerdo nos invita a celebrar y contemplar el nacimiento de Jesús. Vino como uno de nosotros, haciéndose hombre entre hombres. Con esa mirada al pasado nos detenemos en aquel pobre pesebre, en aquellos caminos por los que pasaron José y María buscando posada, llevando en su seno el tesoro más grande de la humanidad. Este tiempo nos centra también en el presente y en el hoy de cada uno, descubriendo en la vida diaria la presencia de Jesús entre nosotros y por nosotros. Asimismo, viviendo este presente preparamos el futuro de una manera distinta.
La ola de laicismo que nos invade provoca que apenas tenga presencia en la ornamentación de las ciudades el Niño Dios, pero no habrá laicismo que pueda impedir el gozo que todo cristiano siente ante la inminencia de su nacimiento. El Adviento es un momento idóneo para soñar y así el papa Francisco ha dicho que «vivir el Adviento es optar por lo inédito, por lo nuevo, es aceptar el buen revuelo de Dios y de sus profetas».
Vivimos en una coyuntura, social, política y cultural que intenta desalojar a Dios de nuestra vida, arrinconarlo, neutralizar su presencia y perseguir a los cristianos en el mundo, confinando la fe a la esfera de la vida privada o de la conciencia. Se pretende hacer «invisibles» y, a la vez, suplantar por otras cosas o personajes a Cristo y su venida a este mundo. Y sin duda, lograrlo pasa por eliminar el sentido cristiano de la Navidad, imponer una navidad laica, de renos y Pará Noel, y expulsar del espacio público los signos cristianos.
El Adviento, como todo comienzo conlleva esperanza. Es el anhelo de llegar a término y culminar una obra en la que hemos comprometido el deseo más íntimo del corazón. Los filósofos distinguen entre la espera y la esperanza. Cuando no esperamos, la vida se congela en la tristeza, el sinsentido y la rutina de vivir porque no hay meta. Sin embargo, la esperanza es compromiso eficaz y activo en la construcción del mundo con el convencimiento de que las cosas pueden y deben cambiar e ir a mejor. Sin esperanza la vida se hace dura y agría, se soporta la existencia como losa que hunde en el pesimismo y roba la alegría, su ausencia genera crispación y enfrentamientos.
Benedicto XVI nos recuerda que «quien no conoce a Dios, aunque tenga muchas esperanzas, está en el fondo sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida. La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos continúa amando hasta el extremo, hasta el cumplimiento total».
Toda la vida de un cristiano debería ser un Adviento permanente, el señor viene constantemente a nosotros, a nuestro mundo y pide ser acogido.
Vivir cristianamente el Adviento supone hacerlo con alegría y esperanza, mirando al futuro, pero también dispuestos a acoger al niño Dios que nos sale al encuentro hoy, en medio de las penalidades y dificultades y sin importar que nuestro corazón no esté preparado para su llegada. Más que nunca, ¡ven Señor Jesús!