Opinión

¿Tener razón es tan importante?

TENER RAZÓN, ¡qué maravilla! El placer de discutir, de enfadarse, de dejar de hablar, de pelear por tenerla es insuperable. Y digo tenerla, no que nos la den, porque al fin y al cabo cuando te la dan es porque no la tenías.

Después de siglos de guerras y matanzas, cada cual más absurda que la anterior, uno podría pensar que todo ese comportamiento egoísta y brutal es resultado de las peores inclinaciones del ser humano. Pero si lo analizamos con cuidado, vemos que en la base de toda esa violencia, está la incomprensión, la falta de diálogo y la obsesiva necesidad del hombre por tener siempre la razón.

No conocemos límites a la hora de pretender la razón, y aunque no la podemos ver ni tocar, no dudamos en pelearnos por ella. Si no nos la dan, la exigimos con dureza, o la reclamamos indignados. Ya decía Descartes que "no hay nada repartido de modo más equitativo en el mundo que la razón: todo el mundo está convencido de tener suficiente”. 

La razón es un preciado objeto de deseo, el premio que promete toda discusión y que todos dicen poseer: el gobierno y la oposición, los padres y los hijos. En su nombre tratamos incansablemente de imponer criterio y decir siempre la última palabra. Resulta tan embriagadora, que a menudo la defendemos a costa del respeto y el sentido común. 

La mayoría de conversaciones que establecemos tienen que ver con la opinión que tenemos de lo que sucede a nuestro alrededor. Sin embargo, a pesar de que esa opinión depende de vivencias subjetivas, pensamos que nuestro punto de vista es mejor que el de nuestros interlocutores y en última instancia, olvidamos que las opiniones de los demás son dignas del mismo respeto que las nuestras.  

Las sociedades occidentales además de caracterizarse por discutir acerca de la razón parecen poco tolerantes. No nos gusta lo que se sale de nuestros parámetros, ni la confrontación con las posiciones de los otros. 

Desde John Locke, que fundamentó por primera vez la tolerancia, pasando por Voltaire, que la defendió, ésta, ha provocado discusiones constantes. Karl Popper incluso formuló una “paradoja de la tolerancia” en su obra “La sociedad abierta y sus enemigos”, en la que establece la necesidad de la defensa de la sociedad tolerante frente a las tropelías de los intolerantes, pues de lo contrario supondría la destrucción de los tolerantes y, junto a ellos, la tolerancia misma.

Sólo la tolerancia puede crear y mantener la paz social, sin la cual la humanidad recaería en la barbarie y en la penuria de los siglos pasados, porque como decía George Bernard Shaw, “aunque toda sociedad está basada en la intolerancia, todo progreso estriba en la tolerancia”.

Siempre que se discuta la tolerancia, o se pelee por la razón, habría que pensar ¿qué importancia tiene tenerla?, ¿qué se consigue con ella?, y sobre todo ¿si nos hace más felices, competentes o mejores?, porque las más de las veces descubriremos que las motivaciones que se esconden tras ese comportamiento están muy relacionadas con el egoísmo.

Asimismo, en las relaciones sociales e interpersonales, tendríamos que fijar cortafuegos que nos aislasen de los que destierran el “me equivoqué” y el “tienes razón” de su vocabulario, porque “La razón siempre ha existido, pero no siempre en una forma razonable” decía Karl Marx.

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