Opinión

Sociedad en transición

En las ciencias sociales es muy habitual leer profecías sobre lo que está por venir o crear conceptos en los que resumir fenómenos sociales mucho más complejos. Son dos formas distintas de adquirir una cierta notoriedad en la disciplina, especialmente cuando la profecía se cumple o el uso del concepto se generaliza. Así, en los últimos tiempos, académicos y opinadores están realizando un enorme esfuerzo por anticipar ya la nueva sociedad que viene.

Algunos ven en la situación que vivimos un cierto paralelismos con la decadencia de Roma. Chesterton la definía como un llamativo periodo de prolongado estancamiento. La civilización superior se había extendido hasta el último confín del mundo conocido después de siglos de evolución y había terminado por condenarse a una agonía lenta producto de su propia hegemonía. ¡Desde luego esto me suena!
El periodista y columnista estadounidense Ross Douthat, en su libro, ‘La sociedad decadente’ (Ariel), apoyándose en una definición del filósofo Jacques Barzun afirma que vivimos una decadencia que «hace referencia al estancamiento económico, al deterioro institucional y al agotamiento cultural e intelectual en un elevado nivel de prosperidad material y de desarrollo tecnológico».

Apoyándose en la definición de decadencia del filósofo Jacques Barzun afirma que la que vivimos «hace referencia al estancamiento económico, al deterioro institucional y al agotamiento cultural e intelectual en un elevado nivel de prosperidad material y de desarrollo tecnológico».
Más allá de la aparición de internet, un auténtico avance colosal, nada ha cambiado sustancialmente en décadas. La renta de las familias en los países desarrollados es relativamente similar y, desde la caída del Muro de Berlín, ninguna teoría nueva ha venido a cuestionar la hegemonía liberal. Esa visión tampoco chocaría necesariamente con la aparente inestabilidad política que se respira en los últimos años con el auge de los populismos, ya que lo cierto es que en occidente, la mayoría de los gobiernos de este tipo no duraron más allá de un ciclo electoral.

Nuestra civilización está acosada también por otras amenazas, desde la China todopoderosa, con su capitalismo de Estado, hasta el Islam, o el reto eternamente presente del cambio climático. La visión crítica de la Unión Europa ha aumentado de forma descomunal, especialmente en el sur del continente. La crisis ha traído una nueva forma de establecer las relaciones económicas, donde la colaboración o el cooperativismo cobran fuerza. Por no hablar de la división: rural y urbano. En un mundo en el que se tiende a una mayor concentración en las grandes ciudades, es muy probable que muchos territorios estén cada vez más despoblados, produciéndose una de las desigualdades más invisibles: la territorial.

Esta fragmentación social nos avanza un conjunto de rasgos que muestran a las claras los cambios que nos aguardan y que supondrán el fin de la civilización de la Era Moderna (la globalización fue el último punto de su programa). En realidad, los dramas geopolíticos actuales son las primeras grietas del mundo globalizado, que harán que nos movamos en la dirección opuesta, hacia una cierta atomización, donde bloques y fronteras vuelven a cotizar y mandar de nuevo en la economía. Como afirma Julián Barnes, la idea ha superado la prueba de la práctica; ahora queda por ver si superará la prueba de la teoría.

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