Opinión

"Shippeo", "cringe", "crush"...

Detrás de esta peculiar forma de hablar, que se expande a la velocidad de los megabytes por todo el mundo, se esconden también unas ganas enormes de diferenciarse

La playa, además de para tomar el sol y para ponerse al día con lecturas pendientes, sirve también para algo especialmente interesante: ver cómo son los adolescentes de nuestra época, cómo se divierten, socializan y hasta cómo hablan. Al escucharles cosas como: "hype" (nerviosismo), "cringe" (dar vergüenza), "stalkear" (espiar las redes sociales de alguien), "cayetano" (pijo), "cani/choni" (hortera, chungo), "crush" (persona que te gusta), "shippeo" (ligoteo), "tener flow" (tener estilo), "boomer" (persona mayor)... uno no puede más que concluir que nunca como hoy estos han manejado un vocabulario tan diferente al del mundo de los adultos. Un lenguaje a mitad de camino entre la diversión y la provocación que resulta incomprensible para todos los que no pertenecen a su mundo.

Detrás de esta peculiar forma de hablar, que se expande a la velocidad de los megabytes por todo el mundo, se esconden también unas ganas enormes de diferenciarse. Frente al mundo "formal" de los adultos, los jóvenes defienden su mundo «informal», sin obligaciones, ni responsabilidades, en el que lo esencial es la "alegría de vivir". Así, la vitalidad, la risa y el desenfado están detrás de la mayor parte de los neologismos que usan y que sirven para darle sentido a aquello que sucede en su día a día de una manera más rápida y original.

Las nuevas tecnologías son su hábitat de creación cultural y de lenguaje, un lugar donde viven, ligan y pasan sus ratos de ocio. Así, las redes sociales y los juegos online inciden en el auge de ese nuevo léxico, pues no es raro observar allí términos, abreviaciones o frases desconocidas al principio, pero que terminan incorporándose al vocabulario cotidiano del usuario. Por tanto, intentar frenar estas nuevas formas de comunicación es ponerle puertas al campo.

Sin embargo este reduccionismo al que se somete al lenguaje no está exento de riesgos. Una editorial de la revista Science asegura que "el lenguaje juega un papel central en el cerebro humano, desde cómo procesamos el color hasta la forma en que hacemos juicios morales". De esta forma, influye en los recuerdos, la codificación de olores y notas musicales, la orientación, el razonamiento, la toma de decisiones o incluso la expresión de emociones.

Vivimos en la "sociedad de la prisa", donde la gran cantidad de información que se mueve a ritmo frenético hace que para asumirla sea preciso dividirla en unidades más pequeñas a modo de un
"túrmix informativo". A esto se han acostumbrado nuestros jóvenes que, por ejemplo, son incapaces de ver de inicio a fin una película clásica, sin dividirla en entregas a lo largo de varios días. Guiones complejos y un ritmo narrativo distinto al que están acostumbrados, son obstáculos insalvables. Pues con el lenguaje creo que pasa lo mismo.

Puede ser un tópico pensar que esta nueva jerga va a desplazar o anular el vocabulario más culto e incluso empobrecer el lenguaje. Podemos pensar que es muy divertido escucharles y hasta enriquecedor que puedan hablar en cada contexto de manera diferente y cambiar automáticamente de registro. Lo malo es si extienden esa manera de comunicarse a contextos donde no toca, como un trabajo universitario, una conferencia, o un artículo periodístico.

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