Opinión

¡Señor, hasta en la lotería!

EL DISEÑO de los billetes de Lotería del pasado sábado 26, jornada posterior al Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, estuvo acompañado por la publicidad institucional de la polémica ley del ‘solo sí es sí’. El terremoto provocado por su aplicación no parece arrugar al gobierno a la hora de seguir vendiendo el polémico texto, a pesar de sus nefastas consecuencias fruto de la combinación de sectarismo infantil y arrogancia moral que les caracteriza.

Gracias a esta Ley, las penas por brutales agresiones sexuales ya se están reduciendo, al aferrarse los delincuentes al inmenso boquete de salida que les deja la nueva normativa. La doctrina de Irene Montero solo sirve para hacer propaganda barata de su feminismo radical, se entromete hasta el infinito en la intimidad individual y es un bodrio jurídico fruto de la incompetencia y el furor ideológico. Su primer responsable es quien la gestó, pero sería injusto olvidar que las decisiones del Consejo de Ministros son colegiadas y, por tanto, de ellas responden todos y de manera especial quien nombró a quien nunca debió ser ministra del Gobierno de España. No es por tanto solo la ley Montero, es también la ley Sánchez.

Uno puede contemplar hasta con simpatía las consignas (algunas verdaderas botaratadas) proferidas por jóvenes en las asambleas de las universidades, pero de ahí a hacerlos ministros hay una abismal distancia. Hay quienes enferman de ideología, pero, si no son rematadamente necios, consiguen moderarse con los baños de realidad. Pero si se han graduado con aprovechamiento en necedad, la cosa tiene mal pronóstico. 

Y mientras tanto, Irene se divierte y hace ruido. Ya lo dijo Plutarco «Los toneles vacíos y los tontos son los que hacen más ruido». Su ley se va al garete, pero sólo por ‘culpa’ de la machista judicatura española, a pesar de que el 53,2 % de sus componentes son mujeres. Quizás, lo más grave de este episodio sean precisamente las acusaciones de que los jueces no interpretan correctamente la ley por sesgos ideológicos y que por ello necesitan ser adoctrinados con cursillos acelerados de formación para comprender los misterios de la ideología de género.  

Sánchez debería tener remordimientos por ceder parte del poder a personas ética y políticamente descerebradas, a gentes que cobran sueldo del feminicida Irán, al tiempo que se proclamaban feministas radicales en Europa. Pero claro eso de los remordimientos parece que no pesa demasiado en alguien con la historia y la conciencia de Sánchez. 

Cada día el ejecutivo da muestras de mentiras y engaños, pero también de carencias mentales. La mentira y el engaño es algo que puede quedarse en el ámbito político y de lo que responderán en las próximas elecciones, pero que sean tontos es un problema y un peligro porque toman decisiones que atañen directamente a la vida de los ciudadanos. Esto lo permite Sánchez, porque en ese contexto, se ilusiona con su inteligencia, convirtiéndose en un tonto peligrosísimo, pero tonto al fin.

Cuando una sociedad, que habría de ser culta y civilizada, acepta ser gobernada por intolerantes, tontos y malos, y no pone remedio a su desgracia, va camino de convertirse en un rebaño. Por Dios, que no se materialice aquello que decía Dostoievski: «Llegará un día en el que la intolerancia será tan intensa que se prohibirá pensar a los inteligentes para no molestar a los imbéciles».

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