Opinión

Semana Santa, orgullo y marca de ciudad

Después de una larga espera de nuevo recorrieron la ciudad las cofradías y sus largas filas de nazarenos a paso lento al son de bandas de cornetas y tambores. El encanto de las calles, con sus históricos edificios y monumentos, con sus estrecheces y recodos, bajo el silencio y la serenidad de la noche, realzaron la belleza de los pasos y sobrecogieron el alma de hasta los más despistados. Estas estampas icónicas se remontan a la Edad Media, y aparte de los aspectos culturales, tienen un sentido trascendente que remite a lo esencial de esos días: dar testimonio público de fe y acompañar a Cristo en su pasión, muerte y resurrección.

Los templos se mostraron también en todo su esplendor, ofreciéndose a los fieles como grandes torres resplandecientes de luz, engalanados de flores y rica ornamentación. Un despliegue de entusiastas cofrades ordenaba varales, estandartes, peanas y faroles, y con maestría, fuerza y entusiasmo situaban las imágenes en sus carrozas y las adornaron con faldones, velas y flores. Cada cofradía con su propia identidad.

Las calles congregaron a miles de vecinos y visitantes que mostraban su respeto y admiración hacia las bellas imágenes que procesionaban. Muchos las acompañaron vistiendo sus hábitos cofrades, portando cirios, cruces y otros empujando o portando los pasos sobre sus hombros como costaleros. 

Pocas cosas emocionan más que recorrer la ciudad que quieres con unas imágenes que impactan sobre los sentidos por los contrastes lumínicos que proyectan a su paso por las calles bajo la luz tenue de ceras y luminarias centellantes, por los ricos bordados de estandartes y pendones, la decoración floral de los tronos y la música constante o el silencio respetuoso que acompañan a cada paso. Todo ello, para seguir viviendo plásticamente el misterio de amor que nace de la Cruz. 

Gran parte del éxito de la Semana Santa se debe a las cofradías que son las que mantienen, atesoran e incrementan como patrimonio de todos, la rica herencia artística que nos ha permitido conservar una singular y bella imaginería, orfebrería y bordados artesanales. Estas, además, facilitan la incorporación de hombres, mujeres y niños a esa noble actividad social y religiosa. Llama la atención precisamente ver a los más pequeños, con sus túnicas y capirotes, como se adaptan sin rechistar, a la disciplina y seriedad de los mayores. Para ellos es una gran experiencia en la que van descubriendo con sorpresa una tradición que les inculca el fervor y el amor a sus pasos que solo aprenderán a valorar en plenitud con el paso del tiempo.

Más allá de su magna manifestación de religiosidad popular, la Semana Santa es también un motor económico y de atracción turística de vital importancia que debería ser apoyado con más decisión por las administraciones públicas.

Si durante esos días, los elementos externos son importantes, nada puede eclipsar que son Jesús y María el verdadero centro desde el que cobra sentido el imaginario de la Semana Santa. Sin su llamada a la conversión y la transmisión de la fe, todos los elementos formales (túnicas, medallas, estandartes, cortejo, música…) quedarían vacíos de contenido. 

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