Opinión

Lo políticamente correcto

“PRIMERO CENSURARON las revistas de historietas, las novelas policiales, y por supuesto, las películas, siempre en nombre de algo distinto: las pasiones políticas, los prejuicios religiosos, los intereses profesionales. Siempre había una minoría que tenía miedo de algo, y una gran mayoría que tenía miedo de la oscuridad, miedo del futuro, miedo del presente, miedo de ellos mismos y de las sombras de ellos mismos”, Crónicas Marcianas de Ray Bradbury. 

Bajo la dictadura de lo políticamente correcto, la cultura occidental ha establecido el principio de que algunas minorías (no todas) pueden restringir la libertad de expresión, e imponer una visión como la verdad absoluta de las cosas. La necesidad de estar con el “más débil”, coloca al individuo en permanente confrontación: los hombres frente a las mujeres, los ricos frente a los pobres, los empresarios frente a los trabajadores. Los primeros son culpables y hay que conseguir que se sientan así, y si osan levantar la voz, se les insulta tachándolos de reaccionarios, insolidarios o neoliberales. 

Cada vez más se trata de amordazar, callar, censurar y criminalizar toda aquella expresión escrita o verbal que no se ajuste al dogmatismo del pensamiento políticamente correcto. Se genera una dictadura mental basada en sus principios, que establece lo que puede o no decirse. So pena de reprensión pública no se permite criticar la cuota femenina, ni afirmar que los comunistas son como los fascistas, ni explicar que es lógico que existan reglas de vestimenta en algunos lugares, o que, con relación a las mujeres, tan impresentable es Trump como Clinton. La Universidad de Stanford incluso excluye de sus programas obras de Dante, Homero, Platón, Aristóteles y Shakespeare, por considerarlas "racistas, sexistas, reaccionarias y represoras". 

La censura de lo políticamente correcto ha alcanzado a Los Eagles of Death Metal (la banda que actuaba en la sala Bataclan de París cuando los terroristas del ISIS asesinaron a 89 personas el 13 de noviembre de 2015), que fueron vetados en dos festivales musicales porque su líder afirmó en una entrevista “¿acaso impidió el control de armas francés que muriera una sola persona? Creo que lo único que lo paró fueron algunos de los hombres más valientes que he visto en mi vida, que se enfrentaron de cabeza a la muerte, con sus armas de fuego. Creo que en lo único en que he cambiado de opinión es quizás que, hasta que nadie tenga armas, todo el mundo ha de tenerlas”.

Los avances que se han dado en cuestión de derechos no lo han sido por obra de la “policía de lo políticamente correcto”, los negros no acabaron con el racismo institucionalizado por pedir la prohibición de términos o expresiones, sino por ganarse el respeto de muchos que los acompañaron en su lucha. 

No me gustan las etiquetas porque son simplificadoras, derecha, izquierda, progresista, conservador. Nadie es infalible y deberíamos ser racionales y autocríticos al analizar nuestras ideas, aprender a cambiarlas si es preciso, o a defenderlas en público sin temer las críticas o insultos. Muchos queremos una sociedad libre basada en la razón y el sentido común, que respete las libertades y derechos de todos. Con lo que no puedo estar de acuerdo es con el afán de pretender prohibir o restringir la libertad de los demás. 

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