Opinión

Nicaragua, Nicaragüita…

Por razones evidentes, nada de lo que sucede en Iberoamérica debería resultarnos ajeno, por ello, la persecución de la Iglesia en Nicaragua tendría que ser razón más que suficiente para interesarnos y denunciar las tropelías del dictador Ortega. Un marxista leninista formado en Cuba, convertido en todo un capitalista enfrentado a cualquier persona o institución, que se oponga a su deseo de conservar el poder y las riquezas acumuladas.

Un análisis del centro de Estudios Transdisciplinarios de Centroamérica, titulado ‘Sin Dios y sin ley’, ya advertía de que «la confrontación del régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo con la Iglesia católica está llegando a uno de sus puntos más álgidos». Por tanto, no ha de extrañar la expulsión del nuncio apostólico, de varios sacerdotes, entre ellos el obispo auxiliar de Managua, o de 16 misioneras de la Madre Teresa de Calcuta. Tampoco la quema de iglesias y destrucción de imágenes, que se dificulte el acceso de los fieles a los templos, se cierren emisoras y canales de TV, e incluso se ataque y detenga a sacerdotes y obispos. 

Este es el caso de Rolando Álvarez, que tras varias semanas retenido en el Palacio Episcopal, finalmente fue «detenido», acusado sin pruebas de intentar «organizar grupos violentos» para «desestabilizar al Estado y atacar a las autoridades constitucionales». Las circunstancias y el contexto de su detención son realmente preocupantes, pues se produce en un momento de grave deterioro de los derechos humanos en el país.
Todo parece indicar que se quiere institucionalizar un estado policial para destruir las bases sociales y antropológicas del país, lo que pasa por silenciar las voces críticas. Algo denunciado hasta por António Guterres, secretario general de la Onu. Asimismo, 26 expresidentes hispanoamericanos han suscrito una declaración en la que se afirma que lo que busca Ortega es «destruir las raíces culturales y espirituales del pueblo nicaragüense, a fin de hacerlo fácil presa de dominio mediante la destrucción de su dignidad y la fractura de sus raíces culturales, como lo revela la reciente clausura de su emblemática Academia de la Lengua». 

La dictadura Ortega-Murillo, símbolo de desvergüenza y desfachatez disfrazadas de política, actúa con total impunidad aplastando la libertad y llevando al país al borde de un precipicio: clausura de 1.350 ONG, cierre de 14 universidades (3 de ellas confiscadas), encarcelamiento de los líderes de los 7 partidos opositores antes de las elecciones, detención de periodistas, cierre de los más importantes medios de comunicación y exilio de 150.000 personas, según la Alta Comisionada de la Onu para los Derechos Humanos.

No me extrañan los silencios cómplices de países como México, Bolivia, Colombia (desde la llegada de Gustavo Petro), Cuba o Venezuela. Sin embargo me resulta verdaderamente inexplicable el de los que deberían ofrecer consuelo a los que sufren persecución por defender su fe y los derechos humanos. 

En su poema Caminos, Rubén Darío esbozaba las diversas posibilidades que se abren en la vida de un hombre: santidad, heroísmo, tiranía… La última, la peor, era la de «bien ser el tirano / que surge de repente, / con la idea en la mente / o la espada en la mano». Ese es el triste destino y la historia contemporánea de Nicaragua, ser una dictadura.

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