Opinión

El mundo de ayer y de hoy

Siempre es un placer leer a Stefan Zweig, nunca decepciona y tiene la infrecuente capacidad de dotar a su obra de una precisa elegancia rica en recursos. El Mundo de Ayer, subtitulado Memorias de un Europeo, obra póstuma escrita poco antes de su suicidio, es una mezcla de ensayo y autobiografía. Es un testimonio imprescindible para entender el periodo entreguerras y todo lo que vino después, es la época la que pone las imágenes, yo tan solo me limito a ponerle las palabras, y asumiendo que la memoria es una fuerza que ordena a sabiendas y excluye con juicio. Una carta de amor nostálgico a la Europa que desaparecía.

El autor no profundiza en las razones políticas que provocaron la guerra, sino en el ambiente social e intelectual que se respiraba y en sus desastrosas consecuencias. Se perdió la fe en las instituciones, los jóvenes dejaron de confiar en sus mayores, se olvidó la tradición y se vivieron años de miseria y hambre. Finalmente, el desorden generalizado fue el caldo de cultivo de totalitarismos  que pretendían devolver la cordura a un mundo desorganizado.

El continente que alumbró la Enciclopedia, la física de Newton, la poesía de Rilke y la democracia liberal, dilapidó la herencia de Erasmo y Montaigne y sucumbió a la tentación totalitaria, encendiendo hogueras donde ardieron, en primer lugar, libros y, poco después, seres humanos.

Estamos ante una obra magnífica, fundamental para entender hoy Europa, los nacionalismos, el uso partidista de los medios de comunicación o el papel de la cultura y los intelectuales, un testimonio fundamental para entender el pasado, el presente y el futuro que nos espera.

Leer a Zweig no es una elección estética, es un gesto de compromiso con los valores humanistas y nos muestra que la civilización no es una conquista irreversible, sino un logro precario. Este libro sitúa por encima de los políticos y de las naciones a los poetas, los dramaturgos, los literatos, los compositores o los pintores. Estos son los llamados a crear y reforzar la idea de Europa, que debe construirse desde la cultura, el debate y el intercambio de ideas, la reflexión conjunta, sosegada, rigurosa e intelectual y no sólo desde la economía y la política.

Con esta obra de Zweig aprendemos del pasado y de su testimonio, de su visión del mundo y de los acontecimientos que vivió. Asimismo, reflexiona sobre las sombras que se proyectan actualmente sobre Europa y sobre uno de los grandes males de la sociedad: la desmemoria. El análisis que se nos presenta es a la par enriquecedor y demoledor, por la lucidez que arroja sobre la locura de una Europa enferma y porque en la destrucción de ese mundo suyo de ayer, descubrimos escalofriantes similitudes con el nuestro de hoy. Síntomas que nadie advirtió en su momento como peligrosos pero que terminaron por sumir a la sociedad mundial en una de las mayores tragedias que se conocen.

Stefan Zweig vivió la luz y la sombra de la época que le tocó vivir y las explicó como nadie. Supo mirar al pasado para comprender el presente, lección interesante, pues la historia se repite cíclicamente. Algunas de esas lecciones tienen que ver con lo frágiles que son las cosas que parecen estables, lo prescindibles que son hasta que las perdemos y las muchas formas que puede adoptar la ceguera voluntaria.

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