Opinión

La libertad es una librería

Acabo de leer la última obra de Gaizka Fernández Soldevilla, Allí donde se queman libros. La violencia política contra las librerías (1962-2018). Por sus páginas, como se advierte en el prólogo, desfilan radicales de toda índole que se dedicaron a odiar, amenazar, pintar, asaltar, destruir, disparar y quemar libros y librerías. Estamos ante una obra de obligada lectura, para conocer mejor lo sucedido en nuestro país en una etapa negra de su historia, donde personas que amaban la literatura fueron atacadas por defender la libertad en sus librerías. Ya lo decía el poeta Joan Margarit, "la libertad es una librería". 

Personalmente no soy muy aficionado a los aniversarios, sin embargo, tras la lectura de este ensayo he recordado uno que merece la pena no olvidar. Lo sucedido en Berlín y en otras veintiuna ciudades universitarias alemanas el 10 de mayo de 1933. Tras un discurso de Goebbels, ministro de propaganda nazi, miles de estudiantes y profesores asaltaron bibliotecas y librerías para arrancar libros de sus estanterías, llevarlos a la Bebelplatz y a otras plazas y quemarlos públicamente. Allí ardieron más de 25.000 de Heinrich Mann, Remarque, Heinrich Heine, Einstein, Freud, Kafka, Luxemburg, Marx, Zweig y decenas de autores más. Todos a la hoguera.

Cien años antes, Heinrich Heine, uno de los autores cuyas obras fueron quemadas, había escrito: "Allí donde se queman libros, antes o después se acaba quemando personas". Justamente lo sucedido: con la quema de los libros se desencadenó el horror. 

Existen pocas cosas más irracionales y deshumanizadoras que quemar un libro. Es el ritual por excelencia de los intolerantes, una práctica inmemorial que no conoce fronteras. Nadie es inocente, ni está libre de sospecha, que se lo pregunten a Montag, el bombero pirómano de Fahrenheit 451 de Ray Bradbury. 

A lo largo de la historia, los gobiernos totalitarios han devastado bibliotecas, buscando no solo su destrucción sino la negación de lo que representan. No se trata de quemar hojas, sino de eliminar mensajes. Cualquier obra puede ser considerada delictiva si cae en manos de los erigidos en defensores de nuestra pureza. 

Los libros se prestan a todo, arden bien, no se quejan y son complacientes con las llamas. Los herejes, como dice Shakespeare en ‘Cuento de invierno’, no son los que arden en la hoguera, sino los que la encienden. 

Las purgas de libros se hacen en nombre de una idea o autoridad que se juzga superior. No siempre son ególatras, analfabetos o imbéciles los que los queman, también pensadores ilustres lo han hecho en nombre de un nuevo comienzo (político, intelectual…). Lo explica muy bien Borges, "cada tantos siglos quieren quemar la biblioteca de Alejandría" para destruir el orden aparente y las relaciones de poder existentes. 

Tristemente, hoy se siguen quemando libros. Por nuestro bien, claro. Ya decía Larra, "líbrenos Dios de caer en manos de héroes". Héroes que nos prohíben leer por nuestro bien, para que podamos ser como ellos y sentirnos en posesión de la verdad. Yo, desde siempre, prefiero elegir lo que leo, formarme mi propia opinión, disentir, si se tercia. ¿Qué le vamos a hacer? Prefiero la duda. Mientras tanto no dejen de leer Allí donde se queman libros de Gaizka Fernández Soldevilla (Tecnos, 2023).

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