CON MOTIVO de la celebración del Día Internacional de la Discapacidad tuve la oportunidad de asistir al acto de entrega de los trofeos y medallas de la liga de fútbol sala y baloncesto que organiza Special Olympics Galicia y pasar algunas horas con personas con discapacidad intelectual de toda nuestra geografía. Disfruté de la compañía de Pedro, un chico al que le gusta la actuación y practicar deportes como el fútbol o el ciclismo y que confiesa con poco rubor que como en estos gana siempre pues que ahora va a probar con el piragüismo. O con Jenny, una compañera suya de asociación que dice que de momento no practica ningún deporte, porque no se le dan bien y además se cansa al correr.
Las personas con discapacidad intelectual que he tenido la suerte de conocer, destilan autenticidad, sinceridad, positividad y en su discurso no cabe el lamento, la autocompasión o la queja. Sonríen, abrazan, acarician, agradecen, escuchan, regalan y miran, pero sobre todo no juzgan. He visto como se miran sin que importen los defectos propios o ajenos, o como se felicitan y se abrazan después de un partido sin importar quien ha ganado o perdido. Y a mí todo esto me parece muy inteligente.
En España, alrededor de un 8,5% de la población es discapacitada, es decir, presenta deficiencias físicas, mentales, intelectuales o sensoriales. Pero a pesar de su número, es un tema tabú del que no suele hablarse en la sociedad, porque vivimos de espaldas a estas personas y no sabemos cómo mirarlas, sin pensar que el hecho de que tengan dificultades para realizar alguna actividad no significa que no sean personas plenas.
La historia de la humanidad ha visto pasar decenas de concepciones equívocas sobre la discapacidad, centradas en dos errores. El primero, asociar discapacidad con incapacidad, enfermedad, minusvalía, anormalidad, e incluso con desgracia. El segundo, creer que la dificultad para la inclusión plena en la sociedad radica en sus limitaciones, cuando en realidad lo hace en el entorno, diseñado desde hace siglos solo para quienes no tenemos discapacidad.
Una divertida historia cuenta que uno a uno, a los habitantes de un pueblo les comienza a crecer una cola. Los primeros, horrorizados trataban de ocultarla con pantalones amplios o faldas con vuelo para que no se note que son “diferentes”. Pero cuando descubren que a los demás también les está sucediendo lo mismo, su actitud cambia totalmente y empiezan a presumir de sus colas.
La normalidad y la belleza se definen y se vuelven a definir continuamente, en gran medida, según las pautas de perfección y belleza que su cultura les ha enseñado. Por ello, los niños a muy temprana edad no parecen preocuparse por las pautas culturales de ‘normalidad’ y juegan con total libertad y alegría con ‘todos los niños’. Sólo después y a medida que van creciendo incorporan pautas culturales de perfección que en algunos casos hacen que se generen actitudes discriminativas hacia los niños que tienen discapacidad.
Cada uno tenemos un perfil único de fortalezas y desafíos, cosas que hacemos bien y otras de pena, cosas que nos gustan y otras que no desagradan, pero justamente en estas variables compartidas por todos es donde reside la riqueza de la diversidad humana.