Opinión

Las campañas electorales

HUBO UN tiempo en el que estas se vivían en un ambiente festivo y con cierta ilusión, y hasta despertaban expectativas saludables. Las calles se llenaban de carteles, mesas informativas y coches con megáfono y banderolas, y se consideraba a las elecciones como la fiesta de la democracia, ese tópico benévolo que tenía bastante de verdad.

Hoy, en cambio, los electores están un poco cansados de estas aun antes de empezar. Se sienten agobiados ante lo que se les viene encima las próximas semanas. ¡Cómo si ya no estuviéramos en campaña permanente! No es que a la gente no le interese la política, les interesa quizás más que nunca o por lo menos tanto como siempre. Lo que ocurre es que se ha extendido la desconfianza hacia los procedimientos y hacia los agentes que construyen y protagonizan la vida política. El ‘business as usual’ de la política agota al ciudadano, lo aburre, lo exaspera y hasta lo desespera, y más que incitar a su participación, a veces los invita a desconectarse.

Las campañas electorales importan, y mucho, pero no solo para conseguir votos el día de las elecciones. Son cruciales porque forman parte intrínseca del proceso legitimador del sistema político, y porque son el principal acto litúrgico de la democracia, con su fuerte contenido simbólico y con sus rituales (debates, mítines, discursos, entrevistas, tertulias, etc). Es decir, son un acto central de las reglas del juego democrático (el escenario que nos civiliza y nos permite luchar pacífica e incruentamente por el poder cada cuatro años).

El concepto de campaña electoral es casi tan antiguo como la propia humanidad. De hecho, hasta nosotros ha llegado el ‘Commentariolum petitionis’, un texto redactado por Quinto Tulio Cicerón en al año 64 antes de Cristo para asesorar políticamente a su hermano Marco, y que hoy podríamos considerar como ‘notas para una campaña electoral’.

Una campaña electoral ni hace magia ni obra milagros. Lo que el gobierno y la oposición hayan hecho durante los últimos cuatro años es lo que más pesa a la hora de depositar la papeleta. De hecho, de acuerdo con los estudios disponibles, sabemos que la mayor parte de los ciudadanos sabemos a quién vamos a votar semanas antes del día de las votaciones. Sin embargo, siempre hay grupos de indecisos que retrasan cada vez más su decisión y a quienes precisamente se dirigen las acciones electorales.

La campaña es la gran (y la última) oportunidad que tienen los partidos políticos y sus líderes para hacer pedagogía, para desplegar sus estrategias de comunicación, para competir abiertamente, para atraer hacia sí la atención de los votantes, para fijar los asuntos que consideran más relevantes, para emocionar, razonar, y, sobre todo, persuadir y convencer. Se busca articular y sintetizar ideológica y políticamente lo que hemos visto y percibido durante una legislatura. Por eso, desde las estrategias que apelan a las emociones hasta los argumentos que cimientan las razones, los líderes se esfuerzan en trasladarnos sus narrativas, esas que apelan a la esencia de lo que somos: seres simbólicos, que primamos tanto lo que vemos, como lo que creemos, lo que sentimos y lo que intuimos.

No hay duda de que las campañas electorales importan porque en ellas hay que ver y escuchar e intentar separar el polvo de la paja, el ruido del mensaje. En Galicia ya estamos en campaña y es mucho lo que está en juego.

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