Opinión

La era de la mascarilla

La ola de pánico causada por el coronavirus nos ha llevado a refugiarnos en uno de nuestros impulsos vitales favoritos: el consumismo

SE DICE que vivimos en la sociedad más escéptica de la historia, pues no cree en nada, y a la vez, la más crédula, pues se lo cree todo. La ola global de pánico causada por el coronavirus nos tiene atenazados y curiosamente nos ha llevado a refugiarnos en uno de nuestros impulsos vitales favoritos: el consumismo. Presas de un frenesí digno de sesudos estudios académicos hemos acudido en tropel a vaciar las estanterías de los supermercados como si estuviéramos ante el advenimiento de un apocalipsis zombie.

La enfermedad ha puesto al desnudo la fragilidad de un mundo interconectado e interdependiente, y si acaso nos ha dado la lección de que la globalización, que aparte de tener cosas muy positivas, también nos hace a todos más vulnerables, y literalmente en esta ocasión nos ha demostrado que es verdad aquello de que "si China se resfría el mundo estornuda".

Aprovechando que estamos en tiempo de Semana Santa donde se invita a la introspección podemos examinar el alma nacional y preguntarnos por qué ha quedado tan clara la falta de disciplina y responsabilidad de buena parte de nuestra sociedad. ¿Somos los españoles especialmente irresponsables? Los estudios que comparan culturas nos dan algunas pistas interesantes. Un rasgo que caracteriza a casi todas las democracias avanzadas (de Canadá a Australia, pasando por EE UU, Reino Unido, Francia o Suecia) es que son culturas del "yo", no del "nosotros". Sus ciudadanos se sienten fundamentalmente responsables de sí mismos (y de su familia directa). Por el contrario, en el resto del mundo predominan las culturas del "nosotros", y sus ciudadanos se identifican con un grupo más amplio (familia extensa, amigos, clan, etc), cuyos miembros se cuidan a cambio de lealtad. España como casi siempre se encuentra a medio camino entre una opción y la otra.

La ola de pánico causada por el coronavirus nos ha llevado a refugiarnos en uno de nuestros impulsos vitales favoritos: el consumismo

Algunos de los comportamientos que hemos visto, son difíciles de explicar si no es por nuestro gusto por los apocalipsis y las situaciones extraordinarias, que parece encantarnos. Siempre tenemos uno en vigor, al que hasta hace poco nos ocupaba "el cambio climático", se suma ahora el Covid-19.

Frente a la monotonía que entraña la libertad de movimientos, tenemos que ver la cuarentena bien aprovisionada de papel higiénico y Netflix como una novedad que dé chispa a nuestras aburridas vidas. Alguna vez recordaremos estos días en que el mundo se dividía en personas con mascarilla y sin mascarilla, donde unos se las ponían para no contagiar y otros para no contagiarse, dos ideas distintas de la vida que dan para muchas reflexiones. Nos reiremos al revivir cuando todo era amenaza y había que cuidarse de dar besos, tocar los pomos de las puertas, viajar en autobús, los apretones de manos, las monedas y todo lo demás. Y probablemente alguno dirá si no es increíble que millones de personas tuvieran tanto miedo, que mostraran de repente ese egoísmo que siempre intentan ocultar, esta pulsión de protegerse, de desconfiar, de comprar compulsivamente, de temer todo lo exterior.

Se me ocurre que una buena manera de cerrar estas reflexiones es acudir y hacer mías las palabras de Hans Magnus Enzensberger: "Te deseo, al igual que a mí y a todos nosotros, un poco más de claridad sobre la propia confusión, un poco menos de miedo ante el miedo propio, un poco más de atención, respeto y modestia ante los desconocidos. Luego veremos lo que ocurre".

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