Opinión

Demasiado blanca para ser traductora

ES PROBABLE que cuando estas letras vean la luz la polémica ya haya pasado. Pero no las escribo por la polémica, sino por lo que queda cuando esta pasa. Por el veneno que se instala al echar mano del sentimentalismo fácil y la premisa errónea.

Todo buen culebrón suele ser una exageración melodramática de un asunto en principio estúpido y este empieza con el impacto que causó la presencia de una joven, con abrigo amarillo de Prada, al recitar un poema escrito para la investidura de Joe Biden en Washington. Con voz segura y elocuente, los versos de Amanda Gorman La colina que ascendemos se elevaron sobre la fría mañana de enero para anunciar el término de una época y el inicio de un nuevo amanecer. El entusiasmo que despertó se extendió más allá de EE.UU. y en poco tiempo, su trabajo reclamó la atención de editores de medio mundo y empezaron a pedirse traducciones a otros idiomas.

En Holanda Marieke Lucas Rijneveld, que había recibido el encargo de traducir al neerlandés el poema de Amanda, renunció a hacerlo ante las protestas en las redes sociales por su elección. El detonante, un artículo escrito por Janice Deul, una periodista y activista de origen surinamés, que tachaba de ‘incomprensible’ que no se hubiera elegido a una traductora ‘artista joven, mujer y, sin duda, negra’. Idénticos criterios se invocaron para sustituir a Víctor Obiols, el escritor contratado para la traducción al catalán.

La cuestión que se abre tras estos acontecimientos no es tanto quién puede o no hacer esa traducción, sino cuál es el significado de que haya sucedido esto y si es algo incidental o un peliagudo precedente. La primera reacción es la de la broma y la carcajada, y como lo que caracteriza a la degeneración es que cunde como los hongos, lo que ya había degenerado siguió degenerando con el pasar de los días.

Según la lógica de esta nueva inquisición, los blancos solo podrían traducir a blancos, las mujeres a mujeres, los trans a trans… Y así hasta el infinito: solo los mexicanos podrían cantar rancheras, solo los japoneses podrían escribir haikus, etc. Deul no habla de traducción, sino de política. Confunde el ‘derecho moral’ con la calidad literaria, e ignora que la imaginación es lo que hace posibles la traducción y el arte, en general. Su lógica visibiliza a la traductora, cuando la esencia de una traductora es ser invisible.

El triunfo de este argumento es catastrófico, es la victoria del discurso identitario que convierte a la piel en una camisa de fuerza. No sabemos si tendrá un efecto expansivo, pero sí sabemos que lo sucedido no es una anécdota, es el síntoma de un activismo mal entendido y de una nueva forma de censura.

No es la primera vez ni será la última que un producto cultural se vea preñado del relato sobre representatividad que domina las esferas culturales estadounidenses. Los argumentos de Deul, como los de todos los actores oportunistas que salieron a pedir perdón por doblar en dibujos animados a personajes de otras razas, nos hace pensar que realmente los individuos no somos libres de traspasar las fronteras delirantes de la raza. "El color de la piel no es un crimen", nos dijeron después del asesinato de George Floyd, pero parece que en lo políticamente correcto para algunos hay un color criminal, el de la Casa Blanca.

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