Opinión

Criticar es de fachas

El enunciado de la denominada ‘Ley de Godwin’ establece que a medida que una discusión se alarga, o cuanto más razonables sean tus argumentos y más insostenible se haga la postura defendida por tu oponente dialéctico, menos tardará en aparecer una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis, y si cambiamos Hitler y nazis por facha o franquista, tendremos el equivalente español.

El término ‘facha’ se recoge en el diccionario de la Rae y en el imaginario colectivo, donde nos encontramos con individuos como Torrente, o Martínez el Facha, personaje de El Jueves, como máximos exponentes. En nuestra adolescencia sabíamos quién lo era, o lo deducíamos de ciertos comportamientos y exhibición de símbolos, y desde luego nos parecía algo muy añejo.

Tras la crisis del coronavirus se ha desatado una guerra total por lo que se denomina el relato, o sea, una lucha por contar de una determinada manera lo que ha pasado, y para eso, la fuente no suelen ser los hechos, sino las tripas. Así, el Gobierno ha impulsado el uso del término ‘facha’, hasta el extremo de que en España hay casi más fachas que habitantes, y esto es así porque como afirma Félix Ovejero "hoy la izquierda ha abandonado el análisis y la razón, y es toda sensibilidades, identidades y orientaciones".

En la obra de Moliere ‘El burgués gentilhombre’, el protagonista, Monsieur Jourdain, se entera por su profesor de filosofía «de que para expresarse no hay más que prosa y verso», una revelación que le lleva a concluir con asombro: "Más de cuarenta años hace que hablo en prosa sin saberlo". Esto mismo afirman muchas personas en nuestro país, que después de definirse como progres irredentos descubren con sorpresa que con Pedro Sánchez han pasado a ser "pijos, cayetanos y fachas".

Podríamos referirnos al penoso nivel de la izquierda de pin de solapa y recursos de Wikipedia para justificar la profundidad de sus ocurrencias, que ha generalizado y convertido este término en el comodín por antonomasia, el arma arrojadiza que emplea contra el contrincante de turno para desacreditar sus argumentos. Que eres católico y crees en Dios, ¡facha!; no estás de acuerdo con este Gobierno y le criticas, ¡facha!; eres monárquico, o defiendes públicamente al país, la bandera o el ejército, ¡facha!; no crees en la superioridad moral de la izquierda, ¡facha!; y qué decir si aplaudes a empresarios como Amancio Ortega, ¡superfacha! En definitiva, todo el que disiente de la forma de llevar las cosas de los que están en la pomada monclovita, ¡fachas! El maestro Borges explicaba muy bien este delirio cuando decía que "hay comunistas que sostienen que ser anticomunista es ser fascista. Esto es tan incomprensible como decir que no ser católico es ser mormón".

Algunos parecen muy interesados en dividirnos entre unos y otros, es decir, los puros y los contaminados, los que están en el lado correcto de la historia y las excrecencias políticas, los moralmente superiores y los bárbaros. Esto es curioso, porque si analizamos como están procediendo en nuestro país, no cabría duda de que si tuviésemos que buscar fascistas, los encontraríamos entre los que se declaran explosivamente antifascistas. De igual modo que si buscamos un cargador para un iPhone lo primero es preguntar a quien se declara anticapitalista militante. En fin, como decía el poeta Bartrina: "Si quieres ser feliz, como me dices, no analices, muchacho, no analices".

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