Opinión

Confirmaciones

Para los que reciben el sacramento, la confirmación es un gozo, pero también es un reto por el que descubren que Dios tiene un plan para sus vidas, una misión y un objetivo que les hace felices

EL PASADO, coincidiendo con la celebración de la Vigilia de Pentecostés, hubo confirmaciones en la catedral de Santiago y a pesar de las restricciones de la pandemia, los aforos, las mascarillas y demás pesca fue una ceremonia emocionante. Los protagonistas, los 40 jóvenes que ocupaban un lugar destacado en el templo y que realizaron con emoción las lecturas y peticiones y renovaron con ilusión al unísono sus promesas bautismales.

Para sus familias, el que sus hijos reciban este sacramento era también un momento de especial fiesta y alegría. Ellas, al igual que sus hijos, se habían preparado para este importante momento, dedicando tiempo a profundizar en el conocimiento de la palabra de Dios y en la auténtica dimensión de este sacramento, que fortalece y completa la obra del bautismo, logrando arraigar de manera más profunda la filiación divina, uniéndose más íntimamente con la Iglesia y comprometiéndose a ser testigos de Jesucristo, de palabra y obra.

El día de Pentecostés (cuando se funda la Iglesia) los apóstoles y discípulos se encontraban reunidos con la Virgen. Estaban temerosos, no entendían lo que había pasado y creyendo que todo había sido en balde se encontraban tristes. De repente, descendió el Espíritu Santo, esa fuerza divina que cambia el mundo como dice el Papa Francisco, y la reacción es inmediata, dejaron de tener miedo y se lanzaron a predicar y a bautizar. La confirmación es precisamente eso, nuestro Pentecostés personal. Para los que reciben el sacramento, la confirmación es un gozo, pero también es un reto por el que descubren que Dios tiene un plan para sus vidas, una misión y un objetivo que les hace felices.

Todos están llamados a la santidad, principal vocación del cristiano, y en este acto reciben los medios para poder conseguir algo de lo que está tan necesitado nuestro mundo contemporáneo. Viendo las caras de esos chicos y chicas, adolescentes de su época, se notaba que hay razones para el optimismo. Poco importan los datos pesimistas de que a pesar de que casi dos tercios de los españoles se declaran católicos, la práctica religiosa y sacramental vive un brusco descenso en los últimos años en los 23.000 templos católicos de nuestro país.

Ese día, lo único verdaderamente importante era su alegría por recibir este sacramento de manos de nuestro arzobispo, Julián Barrio, a quien también se le veía muy contento, ¡porque a quien no sienta bien el contacto con los jóvenes! Ellos son el futuro de la sociedad y también de la Iglesia. Sobre sus hombros recaerá el peso de la sociedad del mañana, por lo que hay que agradecerles su preparación y que desde una comprometida vocación de servicio fundamentada en profundos valores humanos y religiosos estén dispuestos a ejercer el papel de liderazgo que se les va a demandar.

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