Opinión

Banalización del amor

El 15 de noviembre de 2011 se lanzaba oficialmente Tinder. La llama que forma el logo de Tinder ya nos avanzaba la finalidad de la aplicación. Una red de citas que trivializó hasta el extremo las relaciones personales, empezando por convertirlas en First Dates y terminando por ser la Isla de las Tentaciones. Fue una evolución de Facebook, pasando de conectar personas en una red social a que estas se desvirtualizasen, tomasen un café y… lo que surja. Y lo que surgió fue sexo fácil y sin compromiso. Así de claro.  

Las relaciones amorosas se han transformado a la par del avance tecnológico, y personas de todas las edades buscan en la red desde encontrar el amor con un solo clic, hasta ciberinfidelidades sin riesgo ni culpa. Este amor en tiempos de Internet, es un amor a la carta y una frivolidad de las nuevas relaciones personales, que deciden si una persona encaja contigo porque en su foto de perfil enseña más abdominales o un prominente escote. 

Las facilidades que ofrecen aplicaciones como Tinder a la hora de buscar pareja son a menudo un espejismo, fruto de su tiempo y marcadas por la individualidad, el consumismo y la fragilidad de los vínculos. La variedad, la novedad fugaz, lo inmediato y lo incierto constituyen su patrón.  

El tan temido sentimiento de frustración aparece después de un tiempo, dependiendo del umbral de paciencia del interesado. Es obvio que la tinderización del amor amplia nuestras fantasías. Nos promete más posibilidades, más sexo, más emoción. Sin embargo, se olvida que detrás de esos perfiles hay personas con expectativas, temores e ilusiones. Cuando valoras al otro como un producto, es muy fácil que lo trates en términos de mercado. Es decir, como un objeto.

La pregunta que surge es si tiene algún beneficio conocer a tanta gente y si poder optar entre varios facilita la elección. El psicólogo Barry Schwartz, defiende que elegir no nos hace más libres, sino más paralizados, ni más felices sino más insatisfechos y a esto lo llama paradoja de la elección.

Encontrar pareja o crear relaciones de amistad no puede ser lo mismo que ir a comprar manzanas. En el mercado te paseas por los puestos, ves las que hay y te planteas cuál te llevas. Quieres las mejores, pero son todas muy bonitas y están muy bien presentadas. En este supuesto, ¿Pedirías a los fruteros probar diversas manzanas para elegir la que te gusta más? Por el contrario, ¿te gustaría que la gente te considerase una manzana que tiene que probar, junto con otras, para poder saber cuál es la mejor? Difícilmente nadie podría sentirse único y humanizado cuando forma parte de un catálogo en el que los demás pueden elegir. 

En esta época narcisista y obscena, donde el amor es voraz, banalizamos las relaciones personales y nos olvidamos del valor de la lealtad y la sinceridad, tanto en el ámbito físico como en el ciberespacio. Vivimos públicamente como nunca antes lo habíamos hecho, escribiendo nuestros diarios personales delante de todo el mundo. No es de extrañar, por tanto, que las redes sociales tomen el control de nuestras emociones. ¡Qué pena! 

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