Opinión

Aroma a incienso

El covid-19 ha alterado muchas de nuestras costumbres, pero de lo que no podrá privarnos es de nuestras creencias, de nuestra fe ni de nuestra esperanza

LA CUARESMA nos ha traído al pórtico de unos días santos, especiales en nuestra tradición, devociones y fe. La Semana Santa se nos abre con palmas y olivos, se hace oscura en el oficio de tinieblas litúrgicas y llora cuando el cuerpo de un Dios hecho hombre, está yerto sobre la tierra del Calvario. Se alzará la Cruz que es guía procesional de sentimientos y de vida interior. Todo un misterio a veces incomprensible para la pobre mente humana. Para los cristianos es una vivencia de fe, un sentimiento que brota del corazón y se expande por los aires a la ciudad. Un sinvivir de emociones contenidas durante todo un año que ahora, con el aroma de incienso, brota del alma y se hace realidad llena de dolor y gozo en nosotros.

Estamos en un año difícil donde el padecimiento y la muerte de muchos que se fueron de la vida cortados por el filo de esa guadaña de la triste pandemia, transformará nuestras celebraciones litúrgicas y costumbres pascuales. Es tan inevitable como humano no sentir nostalgia porque por segundo año consecutivo, las circunstancias nos obligarán a dar un paseo por nuestra memoria, caminando por el recuerdo de otras.

Ciertamente esta será una Semana Santa atípica, donde en las calles se notará la ausencia de los pasos que representan la pasión, muerte y resurrección del Señor. No veremos esas largas filas de encapuchados, en el silencio de caras que ocultan expresiones que solo dejan al aire el brillo de unos ojos que dicen y pregonan su compromiso y devoción. Debemos reconducir, desde lo más profundo del alma, el sentimiento de la pasión que nos acompaña a los cristianos estos días y saber sobreponernos de la tristeza que supone que no podamos salir a gozar de esos actos procesionales y eucarísticos en la calle. Y no solo será distinta para los que visten la túnica, verdaderos protagonistas de la conmemoración, sino también el resto, los que participamos y vivimos la semana de pasión desde calles y plazas, apostados en las aceras, esperando pacientemente el paso de las procesiones y de las tradiciones que las acompañan.

Pero eso no puede significar que tengamos que renunciar a vivirla con la misma intensidad, ni que tenga que ser menos cálida y sincera, pues podremos hacerlo desde lo más profundo del alma, dentro de las iglesias. Al lado de las imágenes sagradas se podrá vivir también procesionalmente en la quietud estática de la oración. Allí podremos encontrarnos con la Virgen, que con su mirada alzada al cielo y a los pies de su hijo expirante nos aguarda con los brazos abiertos para recoger nuestros besos y peticiones. Cómo puede sobrellevar ese cáliz que no hacemos más que llenar y llenar cada día, sin darnos cuenta de que ya tiene bastante con la muerte de su hijo, con el dolor de su martirio y su agonía. Ella volverá a ser el único paño de lágrimas en otra primavera arrebatada. ¡Quién pudiera enjugar todos los llantos del orbe recogidos en su rostro!

El covid-19 ha alterado muchas de nuestras costumbres, pero de lo que no podrá privarnos es de nuestras creencias, de nuestra fe ni de nuestra esperanza.

Tenemos que mantener viva la ilusión porque regresaremos a la normalidad y habrá más Semanas Santas. Volveremos a ver candelarias encendidas, a oler a cera quemada y a escuchar redobles de tambores y cornetas...

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