Opinión

Tiempo de silencio

No, amable lector, este artículo no va de literatura, pese a que su título es el del libro de Martín Santos que, en los años 60 del pasado siglo, abrió una nueva etapa en la novela española, la etapa experimental. Hoy no toca artículo literario, pero ese tiempo de silencio al que se encamina el protagonista de la obra de Martín Santos no es otro que el tiempo del fracaso y la frustración, cuando solo queda marcharse y callar. Y de algo de eso sí que pretenden ir estas líneas, más bien políticas y personales.

La frase es mía: cuando no se está de acuerdo con algunas cosas, se debe protestar; cuando no se está de acuerdo con ninguna cosa, es tiempo de callar. Y eso es lo que me pasa, que no estoy de acuerdo con nada de lo que políticamente está ocurriendo en España. Precisando más, me refiero a todo el tinglado de Sánchez, de Iglesias, de los independentistas catalanes, de los que cortan el bacalao del Gobierno, bien formándolo, bien sosteniéndolo, bien haciéndolo posible, bien disimulando. Que no estuviese de acuerdo no sería grave, lo malo, lo malo para mí, es que me repele, hasta me da un poco de asco y un mucho de vergüenza ajena; pero también de vergüenza propia, porque a fin de cuentas formo parte de este país, es decir, soy español. Y, al respecto, quizá cuadre recordar aquí, por lo que tiene de ingeniosa, aquella definición de Cánovas de que son españoles los que no pueden ser otra cosa.

Soy una persona que escapa de lo desagradable. No todo el mundo es así, porque no hay más que ver el morboso interés con que se siguen los detalles de espeluznantes sucesos, crímenes, accidentes o violaciones. Pero yo, si puedo, me salto eso, con lo cual me salto más de la mitad de las noticias. Y ahora también procuro saltarme todas las informaciones de política española, porque me desagrada profundamente. Me quedan los deportes, la previsión meteorológica, las efemérides y alguna cosilla más. Por higiene mental, me tengo prohibidas las tertulias políticas y últimamente, aunque no de un modo tan drástico, los telediarios.

Tras esta confesión, algunos me dirán que, con tal actitud, es muy osado que me atreva a opinar, por escrito y públicamente, de aquello de lo que tan poco enterado estoy. Enterado estoy de sobra, lo que estoy es poco intoxicado. De manera aproximada decía Descartes que él procuraba leer lo menos posible para que su pensamiento funcionase de forma autóctona y espontánea, sin contaminaciones e interferencias. Pues algo parecido, nada más que parecido, es lo mío, aunque yo no sea Descartes y mi pensamiento sólo me importe a mí.

Todo esto está muy bien. Pero no creo que sea capaz de callarme. A ver.

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