Opinión

Si el futuro era esto...

UNA Y OTRA vez me vuelven a la memoria las palabras de Micòl FinziContini cuando decía “que a ella su futuro democrático y social le importaba un bledo, que el futuro, en sí, lo aborrecía, ya que prefería con mucho le vierge, le vivace et le bel aujourd’hui y el pasado, aun más, el querido, el dulce, el pío pasado”. Esta hermosa jovencita, pasión platónica del protagonista de la novela de Giorgio Bassani, hacía tal confesión sin saber que poco después sería llevada con toda su pudiente y refinada familia a un campo de concentración para judíos, donde desaparecería para siempre. Y estas palabras prácticamente cierran ‘El jardín de los Finzi-Contini’, uno de mis libros de cabecera —no más de media docena— que releo continuamente. Sólo para homenajearlos, recuerdo que tales libros son, además de éste, ‘El gatopardo’, ‘Retorno a Brideshead’, ‘Matar a un ruiseñor’ y ‘Mi familia y otros animales’. Y todos los de Guillermo, por supuesto.

¿Cómo no aborrecer el futuro, si el futuro era esta pesadilla del coronavirus? Tan orgullosos estábamos de nuestro progreso imparable y continuo que ni sospechábamos que cualquier futuro es, por definición, incierto, frágil y amenazador. ¡Y cuánto echamos de menos, desde el confinamiento y bajo la insidiosa epidemia, “el querido, el dulce pasado”! No parecía gran cosa, pero lo era: desayunar en el bullicioso café, ver los escaparates, charlar brevemente con un amigo paseante como tú, la cerveza del aperitivo, coger despreocupado el coche e ir a cualquier sitio que te apeteciese. Desde días tan sombríos, aquéllos parecen radiantes y luminosos, por más que los envolviese una niebla gélida o lloviese a cántaros. El presente no existe de tan efímero, el pasado es el refugio ante el futuro.

Porque —sin querer ser agoreros, pero siéndolo— superado este duro golpe vendrán otros que ya planean sobre nuestras agobiadas cabezas. Por ejemplo, las catastróficas consecuencias del calentamiento global, imprecisamente más conocido como cambio climático. Yo, puesto a escoger, no sé si prefiero este desesperante recuento de bajas confinado en casa o salir volando con un huracán, las dos cosas tienen su aquél. Y si lo del coronavirus es más inesperado, aunque no del todo, lo que va traer el cambio climático es un futuro tan negro como anunciado. Pese a ello, hacia él hemos ido caminando alegres y confiados,con paso firme y garboso. El futuro es nuestro, pensamos, cuando lo único nuestro es el pasado, “el querido pasado”.

También y sobre todo, para este tipo de elucubraciones hay que tener en cuenta la edad, para esto y para casi todo, contra el sentir general de hoy en día. Decía antes que Micòl, en su esplendor de los veinte años, aborrecía el futuro, como si presintiera su pronto y trágico final, el de ella y el de todos los suyos. Pero eso no es lo normal, porque un joven, por pura biología, lo que más tiene es futuro. Pero a los que ya tenemos una o cierta edad, o sea, mucha o bastante, ¿de qué futuro nos van a hablar? Aun sin pandemias o cataclismos nuestro futuro es más que dudoso, por ser suaves en el adjetivo. Por eso, con la edad, lo normal sería ir haciéndose más conservador, inmovilista y hasta reaccionario. Lo de aquel sabio dicho: “Quien a los veinte años no es revolucionario es que no tiene corazón; quien a lo cuarenta no es conservador es que no tiene cabeza”. Bueno, pongamos a los sesenta con el alargamiento de la vida, por lo menos antes del coronavirus, disculpen la macabrada. Todos esos progres ya abuelitos lo son, pues, contra natura (progres, no abuelitos). Y ya desde mi apartada celda escucho los abucheos e improperios que me dedican los susodichos progres tras esta afirmación, que reconozco que no está probada científicamente.

No hace falta que me agradezcan los ánimos que, seguro, les he insuflado. Para eso estamos. ¡Qué menos!

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