Opinión

Presidente del Gobierno de España

DESDE HACE tiempo, yo creía estar curado de espantos con respecto a Pedro Sánchez. Pero no. A distancia, gracias a Dios, creía que lo conocía bastante. Pero, sobre todo en lo malo, nunca se conoce bien a nadie. Creía que después de las maniobras que hizo para llegar al poder y con los que se alió para mantenerse en él ya nada me iba a sorprender del personaje. Pero estaba muy equivocado. Su actuación —mejor dicho, su inhibición— en estos meses de verano, con el país hundiéndose sanitaria y económicamente, rebasa todo lo anterior y es de una cobardía política, un descaro y una ineptitud difíciles de creer, impensables en cualquier cargo público de concejal para arriba, no se diga ya en un presidente de Gobierno. Primero de vacaciones, en plena guerra contra la pandemia, después quitándose el muerto (y, ay, los muertos) de encima, y echándoselos a las autonomías, que si necesitaban algo se lo dijesen. ¡Manda carallo!

La comparación es obvia, pero exacta. ¿Sería posible que en una guerra, cuando el enemigo avanza y las cosas pintan mal, se ausentase el general jefe para tomarse unas semanas de asueto? ¿Sería concebible que al volver de su descanso apenas apareciese para dar, al menos, la cara y dejase la responsabilidad de la batalla en manos de sus segundos? No, nada de esto parece posible ni concebible. Pero si sucediese, supongo que la destitución de semejante jefe sería inmediata y las consecuencias para él muy graves. Pues bien, muchas veces se ha dicho, y es cierto, que la lucha contra el coronavirus, terrible y letal enemigo, es una dura guerra que de momento vamos perdiendo, especialmente en España, con los peores datos por contagio ya no solo de Europa, sino casi del mundo y cada vez peor. Pues la máxima autoridad, el presidente del Gobierno, se ausenta de la batalla y, cuando vuelve, apenas aparece ni toma decisiones.

Quiero insistir un poco más en lo de las vacaciones de Pedro Sánchez y, de paso, en las de Pablo Iglesias, su vicepresidente. El primero, en Lanzarote y en Doñana, y el segundo en una casa rural de Asturias. Cuando en buena parte de España la gente no podía o no se atrevía a salir de sus habituales lugares de residencia, pese a que en ellos el Covid-19 se disparaba, ellos se relajaban en los enclaves epidemiológicamente más seguros del país, que una cosa es la tropa (nosotros) y otra los altos mandos (ellos). Eso sí, la boca se les seguirá llenando de solidaridad a la menor ocasión.

En las presentes circunstancias, un verdadero presidente del Gobierno de España —al revés que Pedro Sánchez— no habría abandonado su puesto ni un solo día y sus comparecencias públicas serían casi cotidianas.

Pero, lamentablemente, esto es lo que hay.

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