Opinión

Literatura francesa del XIX: Víctor Hugo

EN IRÓNICAS palabras de Jean Cocteau, "Víctor Hugo era un loco que se creía Víctor Hugo". La un tanto enigmática frase quizá aluda a la, para bien y para mal, desmesura del escritor, a su torrencial obra y a su propia vida. Pero, en todo caso, la personalidad de Víctor Hugo (1802-1885) llenó buena parte del Romanticismo francés, del que fue emblemático representante, como atestiguan sus multitudinarias honras fúnebres y su sepultura en el mismísimo Panteón. Muy participativo en los agitados vaivenes políticos de su tiempo, cosechó honores, pero también destierros por parte de Napoleón III a causa de su defensa de la república, pese a ciertas vacilaciones.

Cultivó todos los géneros literarios, pero quizá fue ante todo poeta. Dentro de la lírica publicó tempranamente ‘Orientales’, libro que colaboró muy decisivamente al orientalismo tan de moda en la época romántica. En ‘Hojas de otoño’ y ‘Cantos del crepúsculo’ se encuentran varias de sus mejores composiciones, las menos retóricas y más íntimas. ‘La leyenda de los siglos’ es un largo poema, quizá demasiado ambicioso. Un ejemplo de sus versos: "La muerte y la belleza son dos cosas profundas / que tienen tanta sombra y azur que se dirían / dos hermanas, al par terribles y fecundas / con idéntico enigma e idéntico secreto".

El prefacio de ‘Cromwell’ (1827), el primer drama histórico romántico, es un manifiesto del nuevo teatro, rompiendo totalmente con las normas y reglas del clasicismo. Y el estreno de ‘Hernani’ (1830) se convierte en una verdadera batalla campal entre los jóvenes románticos de las localidades elevadas, encabezados por Teófilo Gautier con su provocativo chaleco rojo, y los conservadores clasicistas del patio de butacas. El enfrentamiento acaba con la victoria de los rompedores y, por lo tanto, del Romanticismo. Algo parecido sucederá cinco años después en España con el estreno de ‘Don Álvaro o la fuerza del sino’, del duque de Rivas.

Pero hoy Víctor Hugo sigue de plena actualidad por sus novelas ‘Nuestra Señora de París’ y ‘Los miserables’, objeto de continuas revisiones y adaptaciones al cine, los dibujos animados o al musical. La primera, con el inolvidable jorobado Quasimodo, es una melodramática historia con la recientemente incendiada catedral de verdadera protagonista.

La segunda, con múltiples aristas de denuncia social, se trata de un extenso folletín que casi acaba convirtiéndose en un fresco de la condición humana. La gran fuerza narrativa de estas novelas justifica su éxito, pese a no tratarse de obras en absoluto perfectas.

Víctor Hugo, uno de los mascarones de proa de la literatura francesa.

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