Opinión

La pertinaz sequía

ACABO DE escribir el título e inmediatamente me entra una horrible duda. ¿Me lo borrarán? ¿Me lo censurarán? ¿Me lo cambiarán por otro? ¿Dañará aun más mi ya muy dañada reputación? Como posibles censores no me refiero a mis señoritos de El Progreso, de cuya tolerancia nadie puede dar fe mejor que yo, sino a los actuales y orgiásticos cambiadores de nombres de calles, a los implacables guardianes o carceleros de su ‘memoria histórica’, a los laminadores de todo lo que, según su obsesión, huela a franquismo o a prefranquismo o a posfranquismo o a parafranquismo; dejándonos de disimulos, de todo lo que suene a ser de derechas; precisando más, de todo lo que no sea de lo suyo. ¿Cunqueiro? ¡Fuera! ¿Vázquez de Mella? ¡Fuera! ¿Felipe VI? ¡Fuera! ¿Ramón Ferreiro? ¡Fuera!

Sabrán por edad los viejos y por afición los censores jóvenes que lo de la pertinaz sequía era uno de los tópicos achacados al franquismo, que se escudaría en él para justificar, supongo, los fracasos de las campañas agrícolas o la construcción de embalses. Aunque, supongo también, sequías y pertinaces habría, que no todo sería propaganda del régimen. Esos ‘supongo’ que acabo de poner podrían dar a entender a los que no me conocen que yo no viví aquella época, y nada más lejos de la realidad, pues pasé unos veinticinco años en el franquismo. Pero, la verdad, no me enteré demasiado de muchas de sus pérfidas triquiñuelas, supongo (otra vez) que por mi poca cabeza o porque ya entonces, bajo una capa puramente superficial de ‘progre’, era medio ‘facha’. O por ambas cosas, que es lo más probable.

El caso es que ahora sí que estamos padeciendo por estas sedientas tierras una pertinaz, brutal sequía. Yo, que entre otras tengo la manía del tiempo, no recuerdo una primavera con tan poca lluvia, rematada por un julio prácticamente sin precipitaciones. Eso, para un terreno como el gallego, que apenas retiene el agua, es una calamidad. Y, encima, sucesivas olas de calor y una temperatura media altísima. El resultado es penoso. El campo está exhausto, donde se segó la hierba, no ha brotado ni una brizna verde y si no fuera por los árboles, el tono general del paisaje sería pardo, más sureño que propio de aquí. Y así llegan los incendios, sobre todo en zonas de especial valor natural, como las de Rao y del Courel.

Los agricultores y ganaderos lo están pasando mal. Pero yo quiero acordarme de quien nadie se acuerda en estos momentos, de los animales salvajes que tienen que lidiar con fuentes secas, riachuelos evaporados y -ya dije- el fuego. Que encuentren donde beber, algo que comer y que puedan escapar de las llamas.

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