Opinión

La literatura modernista

SE HA dicho —y con sobradas razones— que, después de la de Garcilaso en el Renacimiento, La mayor revolución métrica de la poesía española fue la de Rubén Darío y el modernismo. En efecto, si en el siglo XVI se introdujo el endecasílabo, el soneto o la lira, los modernistas cultivaron como nadie el verso alejandrino de catorce sílabas, de origen francés, e hicieron multitud de experimentos con versos y estrofas, siempre con rotunda brillantez; al efecto, hay que recordar la recuperación, por parte de Rubén, de los versos grecolatinos basados, para su ritmo, en los pies acentuales: pocas veces o nunca se consiguieron los efectos sonoros y musicales de la Marcha triunfal (¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines), la Salutación del optimista (Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda) o la Sontina (La princesa está triste... ¿qué tendrá la princesa? / Los suspiros se escapan de su boca de fresa, / que ha perdido la risa, que ha perdido el color).

Pero la enorme aportación de los modernistas a la poesía no es sólo métrica. Sus composiciones se llenan de todo tipo de imágenes y recursos, en busca de la Belleza y de la Música, los dos grandes ideales a los que aspiran; y llama especialmente la atención su maestría en el uso de la sinestesia o mezcla de sensaciones percibidas por distintos sentidos (celeste sol sonoro) y la aliteración o repetición de un sonido para conseguir determinado efecto (bajo el ala aleve del leve abanico). En el terreno del léxico también hay una profunda renovación, primándose los cultismos (por escapar de lo vulgar) y las palabras esdrújulas (por su sonoridad). En cuanto a los temas, predominan los exóticos, las evocaciones idealizadas del pasado y, en mayor o menor grado, los sensuales o incluso eróticos. Los jardines y salones de Versalles, la mitología, las princesas y hasta algún hada que otra son habituales en el Modernismo. La nota de color, también fundamental, oscila entre lo esplendoroso y rutilante y lo melancólicamente esfumado de un paisaje otoñal.

Además de en Rubén Darío, lo mejor de la poesía modernista española se halla en el primer libro de Antonio Machado y en la segunda época de Juan Ramón Jiménez. Pero los tres tendrán capítulo propio. Y magnífico poeta fue Manuel Machado, hermano de Antonio. Justamente célebres son Adelfos (Mi voluntad se ha muerto en una noche de luna / en la que era muy hermoso no pensar ni querer / mi ideal es tenderme, sin ilusión ninguna… / De cuando en cuando, un beso y un nombre de mujer.) y Castilla (El ciego sol, la sed y la fatiga. / Por la terrible estepa castellana, / al destierro, con doce de los suyos / —polvo, sudor y hierro—, el Cid cabalga).

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