Opinión

Hielo y fuego

CUALQUIERA DIRÍA que la Tierra se está desintegrando, derritiéndose, quedando solo sus cenizas. Cualquiera lo diría, porque en buena medida es así. El mundo que conocíamos, el que es o ya casi era el nuestro, se está yendo, yendo o muriendo. Lo matamos, como a tantas especies, cientos de miles, que ya hemos eliminado, extinguido. Por pura justicia —y pese a que suene brutal— el ser humano, el responsable, debería acompañar a sus víctimas en ese adiós para siempre. Probablemente lo hará, quizá antes de lo que piensa. Los signos no pueden ser más nefastos. El hielo y el fuego, cada uno a su manera, parecen predecirlo. Y este verano recién acabado lo corrobora.

Los Polos se derriten. Groenlandia —nada menos que Groenlandia— se está quedando sin él. Los osos blancos, con el suelo —su suelo es el hielo— literalmente deshaciéndose bajo los pies, enflaquecen y mueren, incapaces de cazar en un mundo líquido y marítimo, sin nada sólido que los sostenga. Los glaciares, tan colosales, se esfuman y recientemente ha desaparecido uno de Islandia al que se le ha dedicado un emotivo funeral o recuerdo; pero son ciento los que ya no están. Incluso la Antártida se resquebraja. Y con ese hielo que se va, se van las criaturas que se habían adaptado a él tras milenios y milenios de trabajos, de casi heroica evolución. El calentamiento global provocado por el hombre, el gran exterminador, es el causante de este derrumbe.

Y en el extremo opuesto en paisaje y en formas de vida, la jungla tropical. El fuego se ensañó con la Amazonía y con grandes extensiones de selvas africanas. Incendios, los más, provocados por la barbarie y la codicia de los humanos (siempre ellos, es decir, nosotros) Jaguares, monos, incontables especies desaparecen. Y tribus de indígenas que resistían a duras penas en su mundo, un mundo natural que se calcina. La fascinante complejidad biológica de las grandes selvas se desmorona entre llamas. ¿Por cuánto tiempo seguirán siendo el pulmón de la Tierra?

Hielo que se derrite, fuego que se extiende. Un binomio letal. Y, por si fuera poco, los océanos también están gravemente enfermos. El calentamiento de sus aguas y la sobreexplotación pesquera los ha empobrecido hasta extremos casi insostenibles. Y los plásticos han llegado a todos sus rincones y se han infiltrado en el interior de sus habitantes. Ni el aire, ni la tierra, ni el agua se han librado de nuestro loco y cruel delirio. Pero tras haber acabado con tantos, también nosotros lo pagaremos, ya empezamos a pagarlo.

Viendo este panorama, ¡qué ridículamente pequeños quedan los asuntillos políticos que tanto nos ocupan y preocupan! ¿Homo sapiens? ¡Y un huevo!

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