Opinión

El guirigay español

CUANDO A principios del presente siglo se me ocurrió bautizar mi columna en El Progreso con el nombre de El Guirigay, estuve sembrado. Sembrado, inspirado, iluminado. Es más, casi dotado de un don profético. Quizá fuese intuición femenina. Han leído bien, femenina, ya que si Pablo (y no Paula) Iglesias dirige Unidas (y no Unidos) Podemos, a ver por qué no voy poder tener yo intuición femenina, intuición y lo que me dé la gana. Pero algo tuvo que ocurrir para que acertase tan plenamente con lo de El Guirigay, alguna conjunción planetaria como la de Leire Pajín y Zapatero, ¿recuerdan? Yo lo recuerdo a medias, porque aunque creí que aquellas barrabasadas se me grabarían a fuego en la memoria, estas barrabasadas de ahora, tantas y tan gordas, hacen que las de entonces pasen casi al olvido.

Todo esto viene a cuento, aparte de darme coba a mí mismo, de que España ya es un puro guirigay. Sánchez, Iglesias, Murcia, Madrid, los independentistas catalanes, el rapero Hasél y sus miles o millones de belicosos defensores, etcétera, etcétera. Y además de un guirigay, un duro esperpento que espera por su ValleInclán para inmortalizarse. Recuerdo que la tragedia ridícula, la deformación grotesca y lo innoble de muchos personajes son algunas de las características esperpénticas, características que no hay que ir a buscar, como hizo Valle en alguna de sus obras, a la corte de Isabel II, sino que forman la realidad cotidiana del presente. Así que quizá no estuve tan acertado con lo de El Guirigay, y casi hubiese sido mejor El Esperpento como título de esta sección.

O también El Cachondeo. Porque España se ha convertido en un auténtico cachondeo, sin matices. Oyes a los políticos decir barbaridades a cual más gorda; los oyes y ves mentir, mercadear con puestos y votos. Oyes y ves todo esto y mucho más y dices: ¡Menudo cachondeo! Las autonomías van cada una a su aire, el Gobierno por cualquier sitio que le convenga (que le convenga a él, no al país) y la gente disimulando si el susodicho cachondeo viene de los que considera, vaya usted a saber por qué, de los suyos.

¡Pobre España! Ella no se merece esto, pero los españoles me temo que sí. Guirigay, esperpento, cachondeo. Mal, mal sitio para vivir, si a uno le molesta tanta degradación y no es capaz de reírse de ella sin que le afecte. Es lo de aquel chiste de Gila —que ya conté otras veces— en el que a una mujer le electrocutan al hijo y uno de los mozos gamberros comenta: "Y va la tía y se enfada; y es lo que digo yo, que si no sabe aguantar una broma que se vaya del pueblo". Pues eso, habrá que marcharse del pueblo, de España, si uno no aguanta esto. Porque me temo que la cosa no tenga arreglo, pues ya está enraizada en la sociedad. Así que a carcajearse —con una risa algo demente y amarga— de lo que hemos llegado a ser. O largarse.

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