Opinión

La debilidad, los polvos y el lodo

HABLEMOS DE Cataluña una vez más, como decía Raphael del amor, creo que era Raphael. Lo que allí está pasando, lo que allí sigue pasando ya no es que sea grave, que lo es, sino que es bochornoso. Bochornoso sobre todo para el Estado español, porque aunque también debiera serlo para la Generalitat, para ella es un timbre de gloria y un camino —que a veces se les va un poco de las manos, pero pelillos a la mar— hacia sus propios fines. Y, desde luego, es bochornoso para mí, que siento vergüenza ajena cuando veo el papel que hacen las autoridades (algo hay que llamarles) políticas: unas, las catalanas, de franca connivencia con el procés y sus consecuencias; otras, las españolas implicadas, de apocamiento y disimulo, que en vez de coger el toro por los cuernos se limitan a tirarle tímidamente del rabo.

El Estado y, por supuesto, el Gobierno han de ser fuertes. Al revés de lo que algunos creen o dicen creer, cuanto más democráticos, más fuertes, porque han de asumir y ejercer la fuerza que les da el serlo. Si por incapacidad o particular conveniencia no son fuertes, están faltando a una de sus principales obligaciones, y las consecuencias serán bastante desastrosas, a la vista está. El Estado español ha ido debilitándose, diluyéndose, esfumándose de Cataluña desde hace muchos años, por comodidad, por creer que así se evitaban problemas, cuando la realidad es que sólo se aplazaban para luego reaparecer con mayor virulencia. Con expresión tan cargantemente de moda, se fue dejando el relato en manos de los otros, de sus enemigos, que lo fueron escribiendo y contando —el rigor es lo de menos— a su gusto. Varias generaciones fueron educándose en ese relato, en el que el Estado español aparece, sin rechistar, como el malo, malísimo. ¿Cómo consiente el Estado que desde instituciones de ese mismo Estado (la Generalitat) se le ataque, se le amenace y se promuevan contra él todo tipo de acciones? ¿Cómo Torra, por ejemplo, sigue en su cargo, visto lo que hace y oído lo que dice? De aquellos (y estos) polvos, estos lodos.

Las calles literalmente arden, el aeropuerto se bloquea, las carreteras se cortan. Y el Gobierno español responde (o no responde) con una timidez que no es prudencia sino todo lo contrario, porque con ella se dan alas a los que toman por la fuerza los espacios públicos para sus intereses particulares, sin importarles un comino lo demás. Hay fuerzas de orden público, pero pocas y a la defensiva ante los violentos. Y no sólo a la defensiva, sino sabiendo que si dan un golpe algo fuerte a uno de los que van a por ellos les va a caer el pelo. Ellos que aguanten, que tal parece que fue la consigna que se les dio explícitamente. Y Sánchez, mudo o casi sobre el asunto: gran presidente

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